La azarosa existencia de Roman Polanski arranca en 1933, el año del ascenso de Hitler
al poder. El 18 de agosto nace en París, en el seno de una familia
polaca de judíos no practicantes. En 1936 sus padres, movidos por la
añoranza hacia su Polonia natal y el sentimiento de que la ciudad de
Cracovia y su larga tradición judía constituyen el mejor refugio ante el
creciente antisemitismo de otros lugares, deciden mudarse allí. La
decisión de buscar cobijo en lo que pronto se convertirá en epicentro
del Holocausto constituye el primero de los muchos giros trágicos de la
vida del pequeño Romek, por entonces un niño de tres años.
La familia se instala en un piso de la
calle Komorowski de Cracovia, donde Roman vivirá los únicos años felices
de su infancia. Un período mágico vivido entre las criaturas
mitológicas que decoran los portales de la calle, los fuegos
artificiales de las fiestas locales a la ribera del Vístula y los juegos
infantiles en torno al castillo de Wawel. El ambiente gótico y
misterioso de la ciudad produce una profunda impresión en la mirada
infantil y asimiladora de cuanto le rodea del niño Romek, que confunde
realidad con fantasía, así como los villanos de cuento con los reales.
Pone cara a estos últimos gracias a un ingenioso grabado que un vendedor
le ofrece en el mercado: la figura de un cerdo que, al desplegarse,
muestra las imágenes de cuatro hombres. Preguntado por su hijo, el padre
de Roman los identifica por sus nombres: Hitler, Himmler, Goebbels y Göring. Representan la amenaza creciente. Amenaza que pronto se hará tristemente real.
El ejército alemán entra en Polonia en
septiembre de 1939, y la familia nuevamente calcula mal su vía de
escape. Alertados por la proximidad de Cracovia a los Sudetes y el área
de influencia alemana, deciden huir al norte, a Varsovia, sin saber que
esta se convertirá en breve en objetivo de los ataques aéreos nazis. La
familia pasa toda su estancia en la capital escondida en un refugio
antiaéreo.
Después vuelven a Cracovia, donde aún no
se ha producido ningún combate, pero la ciudad es ocupada y a partir
del 1 de diciembre de 1939 un edicto obliga a los judíos a portar una
estrella de David en el brazo. La madre de Polanski es de origen ruso y
solo medio judía. Tanto ella como su marido son agnósticos y nunca han
dado una formación religiosa a sus hijos. Pese a ello, son obligados a
cumplir el edicto, y poco después toda la familia es reasentada en la
zona que pronto constituirá en gueto judío de la ciudad.
Infancia en el gueto
“Una noche
oímos unos gritos procedentes de la escalera. Apagamos inmediatamente
las luces y mi padre salió subrepticiamente para ver qué ocurría.
Regresó de puntillas y dijo que los alemanes estaban en el edificio. Vio
que arrastraban a una mujer escalera abajo por los pelos. Permanecimos
sentados aguardando, iluminados tan solo por el apagado resplandor de la
estufa. Yo me humedecí un dedo con saliva y dibujé una cruz gamada en
la pared. Mi padre la borró enfurecido”. (Roman Polanski, 1984)
A sus seis años, Polanski contempla una
imagen terrible: una anciana incapaz de seguir el paso de una columna de
mujeres cae al suelo ante los apremiantes empujones de un oficial
alemán. Este la ejecutará ahí mismo, de un disparo en la espalda.
El pequeño Roman, sin embargo, comete
varias travesuras sin conocimiento de sus padres. Entre ellas, se las
arregla para escapar frecuentemente del gueto a través de un hueco en la
alambrada de púas que lo rodea, y visita el mundo diferente que se
desarrolla al otro lado. Los primeros años de su infancia y la difícil
vida en el gueto tampoco le impiden cultivar una temprana afición al
cine, a través de varias películas vistas antes de la guerra y de films
de propaganda nazi proyectados en una plaza de la zona libre que
consigue ver de refilón, a distancia, desde detrás de la alambrada del
gueto. Fascinado con todo cuanto rodea a las películas, el rectángulo de
la pantalla, el haz de luz procedente de la cabina de proyección, la
sincronización de sonido e imagen y las propias historias, intentará
incluso construir un proyector casero a partir de restos encontrados en
la basura.
Mientras tanto, en el gueto crece el
número de redadas de deportación a los campos de concentración, por lo
que su padre empeña los ahorros familiares en convencer a una familia no
judía de que acoja a Roman en secreto llegado el caso de que él y su
mujer sean deportados. Ante los rumores crecientes de una próxima
redada, la madre hace uso de su pase de trabajo para salir del gueto y
esconder temporalmente a Roman en casa de la familia encargada de su
futura manutención. Por la tarde, finalizada la redada, es su padre, con
lágrimas en los ojos, quien acude a recogerle. “Se han llevado a tu
madre”, le dice. Al cabo de los años, Polanski sabrá que ella ha
fallecido pocos días después en una cámara de gas.
En la siguiente redada, que deja el
gueto prácticamente vacío, son su abuela y su hermanastra Annette
quienes son deportadas. Annette sobrevivirá a Auschwitz y se trasladará a
París después de la guerra. Traslado que, como veremos, tendrá
importancia en el futuro, permitiendo a Polanski viajar al exterior de
la Polonia comunista.
Finalmente, el día del desmantelamiento
del gueto de Cracovia (13 de marzo de 1943) su padre, minutos antes de
ser deportado, corta la alambrada con unos alicates, le da un abrazo y
le urge a escapar a casa de la familia con la que ha acordado su
manutención. El pequeño Roman queda así, a los nueve años, separado de
su propia familia.
Su carácter travieso y su fuerte
personalidad le acarrean problemas en el nuevo hogar. Para evitar
problemas, la familia de acogida decide esconderlo en una casa a las
afueras de Cracovia, donde es acogido por un grupo de humildes,
analfabetos y tremendamente pobres campesinos católicos. Polanski vive
en esa casa sin electricidad y azotada por el hambre hasta el fin de la
guerra. En los casi dos años vividos en el campo, Roman tendrá que
ocultar su identidad ante los vecinos del pueblo más cercano, cuidando
de lavarse en el establo sin ser visto por nadie al estar circuncidado.
En este período se topará con los soldados alemanes una sola vez, cuando
divise a doscientos metros de distancia a dos de ellos, uno de los
cuales abrirá fuego contra él con su rifle. Tras ocultarse en la
espesura, solo saldrá de su escondite horas después, al constatar que ha
pasado el peligro. Nunca sabrá por qué el oficial alemán le disparó.
El número creciente de
bombarderos aliados que sobrevuelan la casa en el campo le hace
comprender que el fin de la guerra está próximo. Pronto llegan las
noticias de la entrada del ejército soviético en Cracovia. Vuelve
entonces a su ciudad. Al respecto recuerda:
“Los rusos
trajeron consigo toda su parafernalia ideológica…no solo carteles con
las efigies de Marx y Engels, Lenin y Stalin, sino también los enormes
bustos de yeso de todos ellos. Erigieron también obeliscos adornados con
estrellas rojas e inscripciones en las que se ensalzaba el heroísmo de
sus soldados. Todo parecía destinado a atraer a los niños, como así
ocurrió. Sin saber lo que era el comunismo, me convertí en un neófito”.
Pasa entonces meses de hambre en medio
de un ambiente de pesadilla, con ciudadanos polacos resentidos que
profanan los cadáveres de los soldados alemanes tirados en la calle, y
niños que se divierten con los restos de artillería y bengalas del
ejército nazi, muriendo en algunos casos por la potencia inesperada de
las explosiones resultado de sus juegos. Sus tíos lo encuentran
deambulando por las calles, y poco después celebra con júbilo el regreso
de su padre, que llega a la ciudad con otros supervivientes de los
campos de concentración. Roman halla por fin un cierto alivio y
seguridad, y el padre consigue inscribirlo en un colegio para retomar su
educación, prácticamente interrumpida desde el comienzo de la guerra.
Su afición al cine no se ha perdido sin embargo: se hace con su primer
proyector al cambiarlo por objetos encontrados en la calle, y colecciona
restos de celuloide y fotogramas hallados en la basura de películas
como Blancanieves y los siete enanitos.
Después de la guerra
Su vida, como la del resto de sus
compatriotas, vuelve poco a poco a la normalidad y se recupera de los
estragos de la guerra. En una excursión con los boy scouts descubre su
vocación de actor al contar historias de noche, junto al fuego, con
esforzada declamación y mucha teatralidad. A los trece años, consigue un
pequeño trabajo poniendo voz a uno de los niños protagonistas de un
serial radiofónico. Posteriormente consigue el papel principal de la
obra teatral propagandística El hijo del regimiento, de inspiración comunista.
Su incipiente vocación artística topa
con una nueva afición: el ciclismo. A los quince años, ansía sobre todas
las cosas hacerse con una bicicleta de carreras. La oportunidad se
presenta cuando un simpático muchacho, Janusz Dziuba,
le ofrece una a excelente precio. Tras superar sus reticencias
iniciales, por cuanto todo apunta a que la bicicleta es robada, accede a
bajar con Dziuba a un antiguo refugio antiaéreo construido por los
alemanes, donde este aparentemente esconde su mercancía. Una vez dentro,
su simpático vendedor revela sus verdaderas intenciones: trata de
matarlo golpeando cinco veces a Polanski en la cabeza con una piedra
envuelta en un periódico, y le roba todas sus pertenencias. A pesar de
la gravedad de sus heridas, Polanski consigue no perder el conocimiento y
sale a tientas del refugio, justo para observar cómo Dziuba es detenido
por unos ciudadanos que le han visto huir. Una vez arrestado, se
revelará que el agresor es un delincuente buscado por la policía por
triple asesinato. Dziuba será juzgado y condenado a morir en la horca.
Durante los años de adolescencia de
Polanski, Polonia vive los años de mayor crudeza y creciente represión
política del régimen comunista. Asiste a la caída en desgracia de varios
amigos y conocidos, afectados por las expropiaciones de sus negocios y
la pérdida de sus ahorros por la anulación del valor de la moneda
polaca. A diferencia de muchos jóvenes de su generación, no se inscribe
en las Juventudes Comunistas ni muestra públicamente su adhesión al
régimen. Su falta de interés y su desidia no se enfocan únicamente a la
causa política oficial, sino que también muestra indiferencia hacia su
expediente académico: sus estudios de secundaria no van bien, y solo
ansía estudiar arte dramático. Este desinterés le lleva a repetir curso
en el instituto, y entonces vislumbra una amenaza: si no consigue
acceder a la universidad o una plaza para estudiar alguna disciplina
artística, se verá obligado a cumplir tres años de servicio militar, lo
que daría al traste con sus ambiciones teatrales.
Consigue acceder a la Escuela de Bellas
Artes, donde halla un ambiente bohemio que abraza como si de un oasis en
medio del régimen se tratara. Pero es expulsado por desavenencias con
el despótico director de la escuela. Posteriormente, consigue un
brevísimo papel en Tres historias, la película de graduación de
un estudiante de la Escuela de Cinematografía de Lodz. Es su primer
contacto con esta institución, que ejercerá un papel clave en su vida y
su carrera. En el rodaje se encuentra como en casa, y estudia la
posibilidad de presentar candidatura en la escuela. Sin embargo,
abandona la idea al verse intimidado por el enorme prestigio de la
institución y las dificultades de acceso a la misma. Decide obtener
primero un diploma alternativo que le permita engalanar su currículum.
Presenta entonces candidatura a la
Escuela de Arte Dramático, donde sus notables capacidades son pasadas
por alto al centrarse el tribunal exclusivamente en su escasa estatura,
por lo que no obtiene plaza. Deambula por otros centros y universidades
en busca del documento que le permita eludir el servicio militar, pero
es igualmente rechazado por todos ellos, en parte por no poder probar
administrativamente su fidelidad a la causa marxista leninista.
Finalmente, comprendiendo que resulta inevitable incorporarse a filas,
decide huir a Occidente.
Tras elaborar varios estrambóticos
planes de fuga, se hace ayudar por dos amigos para esconderse en el
techo del retrete de un tren que hace la ruta Katowice – París. El plan,
muy estudiado y preparado, fracasa sin embargo en el último momento,
pero los tres consiguen al menos no ser pillados in fraganti por los
inspectores de la frontera. Bajan del tren justo antes de llegar a esta,
y Polanski vuelve a Katowice apesadumbrado. Pero entonces llega un
golpe de suerte: Andrzej Wajda, por entonces un estudiante de la Escuela de Lodz a quien había conocido durante el rodaje de Tres historias, prepara su primer largometraje, y tiene un pequeño papel para él:
Años después, cuando Polanski ruede su propia ópera prima (El cuchillo en el agua) hallará dificultades similares a las que Wajda afrontaba entonces para sacar adelante Generación (Pokolenie,
1955). El papel de Polanski en la película de Wajda fue reducido en
sala de montaje. El film tiene un cariz ciertamente propagandístico, y
Wajda se vio obligado a modificar el guión para adaptarlo al mensaje que
las autoridades querían transmitir. La película es un canto épico al
heroísmo de los jóvenes comunistas ante el avance nazi en la guerra,
siendo en esto fiel al revisionismo histórico en boga por entonces: el
régimen llevaba de hecho años intentando borrar de la historia cualquier
participación del Ejército Civil Polaco u otras asociaciones no
comunistas en la resistencia antinazi. Pese a todo, la realización de
Wajda fue sobresaliente, el tratamiento de personajes totalmente
novedoso y alejado de los arquetipos de la época, y Polanski tuvo por
primera vez la oportunidad de actuar en un futuro clásico del cine
europeo.
uturo clásico del cine europeo.
El ingreso en la Escuela de Lodz
Tras constatar que, por un afortunado
error burocrático, el férreo control estatal parece haber olvidado su
estado de paria sin oficio ni beneficio, pero temiendo aún ser llamado a
filas en cualquier momento, Polanski vuelve a valorar entonces la
posibilidad de presentar candidatura en la Escuela de Cinematografía de
Lodz. Esta vez se aplica con ahínco y consigue su objetivo: es aceptado
en la única institución del país dedicada a la formación y patrocinio de
las artes cinematográficas. Lodz constituye el centro nacional de la
realización de obras de ficción, en tanto que Varsovia estaba centrada
en el cine documental. El prestigio y espíritu de la escuela quedan
reflejados en la inscripción a su entrada, donde al pie de una efigie de
Lenin se puede leer: “Para nosotros, el cine es la más importante de
las bellas artes”.
A pesar de las inevitables clases de
adoctrinamiento político y de la instrucción militar obligatoria un día
por semana, el régimen de la escuela es bastante relajado, permitiendo
incluso a los alumnos acudir a la sala de proyección para ver películas
extranjeras que no han pasado el filtro de las autoridades para ser
estrenadas en salas del país. El plan de estudios, de cinco años de
duración, es bastante exigente y revela un excelente nivel de
preparación y calidad de la enseñanza (en la institución hay más
profesores y técnicos que alumnos): para la obtención del título, los
alumnos dedican el primer año casi por completo al estudio del
fundamento del cine: la fotografía. Todo estudiante que no apruebe el
curso de fotografía es automáticamente expulsado. Posteriormente, los
estudiantes de dirección deben realizar al menos dos cortometrajes mudos
de un minuto de duración durante el segundo año, luego un documental de
diez a quince minutos, posteriormente una obra de ficción de la misma
duración y, finalmente, una producción de graduación para la obtención
del diploma que aún puede ser más larga.
Los cortometrajes realizados en la escuela
La carrera de Roman Polanski como
director arranca, pues, con estos trabajos escolares. Las posibilidades
que los estudiantes tenían de rodar eran enormes y no se limitaban a las
obras necesarias para licenciarse: los alumnos de la especialidad de
cámara siempre disponían de película para sus prácticas, por lo que era
normal que los de dirección ofrecieran sus servicios para orientar esas
prácticas al relato de historias. Polanski, precoz ya desde su primer
año en la escuela, convenció a uno de aquellos para rodar un pequeño
guión que había escrito, basado en su tortuosa experiencia con Janusz
Dziuba, el ladrón y triple homicida: La bicicleta (Rower,
1955), rodada en color, tuvo sin embargo un triste destino en la sala
de revelado a la que Polanski envió los negativos. Estos se
traspapelaron y se enviaron a la Unión Soviética por error, de donde
nunca volvieron. La práctica totalidad de la película se perdió, para
desesperación de su director.
En su segundo año en la escuela rodaría los dos cortometrajes mudos en blanco y negro previstos en el plan de estudios: Asesinato (Morderstwo, 1957), que ya revela su gusto por las imágenes incómodas, turbias y macabras, y Una sonrisa (Usmiech zebiczny, 1957). Violencia y sexo son sus cartas de presentación en estos ejercicios preliminares.
Tras la muerte de Stalin,
el progresivo deshielo político y relajación del régimen comunista se
manifiestan en varias medidas. Entre ellas, se permite a los polacos con
parientes en el extranjero la obtención de un visado para salir
temporalmente del país. Así, Polanski aprovecha la circunstancia para
visitar a su hermanastra Annette, que sigue viviendo en
París desde que sobrevivió a Auschwitz. En la capital francesa asiste
fascinado a la vida tras el telón de acero. Visita compulsivamente los
cines de la ciudad, donde descubre a James Dean y Marlon Brando, y aprovecha el viaje para hacer una escapada al Festival de Cannes.
De vuelta en Lodz para el tercer curso,
propone grabar un baile estudiantil en la escuela como objeto de su
corto documental. Pero oculta a profesores y alumnos que su verdadera
intención es registrar el boicot al baile que previamente ha acordado
con una de las bandas callejeras que vagabundean por la ciudad. Estos
saltan la tapia del recinto y destruyen mobiliario, luces y todo lo que
encuentran a su paso, para satisfacción de quien mira por el objetivo de
la cámara. El resultado se llama Interrumpiendo la fiesta (Rozbijemy zabawe, 1957) .
El enorme salto cualitativo llega un año después con Dos hombres y un armario (Dwaj ludzie z szafa,
1958). En esta obra de aparente tono surrealista Polanski, que apenas
contaba 24 años por entonces, demuestra una notable capacidad de crear
imágenes sugerentes a partir de composiciones visuales muy elaboradas,
rodadas en exteriores por quien con el tiempo se convertiría en un
prodigioso explorador de lugares cerrados. El director que en el futuro
indagará en la locura, la paranoia y los trastornos de la psique de
varios personajes socialmente inadaptados presenta aquí a dos antihéroes
intrusos en un ambiente hostil, pero mucho más inocentes que el
violento y despiadado mundo al que intentan aferrarse, por más que una
ridícula carga se lo impida y provoque su rechazo social. La película
constituye, además, la primera colaboración de Polanski con el músico Krzysztof Komeda
(y el debut en el cine de este), que compondría la banda sonora de
prácticamente todas sus películas hasta su trágica muerte en 1969:
Más sencillo pero igualmente sugestivo es La lámpara (Lampa,
1959). Los juguetes de una tienda parecen cobrar vida cuando su creador
los deja abandonados, pero son entonces ejecutados por un intruso. La
vida sigue fuera de la tienda, indiferente. ¿Alegoría de la trágica
historia reciente de su país? ¿Exposición macabra de la propia pérdida
de la infancia? ¿O simple divertimento visual en forma de breve cuento
onírico?
En su último año en la escuela, realiza su trabajo de graduación: Ángeles caídos (Gdy spadaja anioly,
1959) presenta el intenso recuerdo vital y el mundo interior de una
anónima anciana, encargada de la limpieza de un urinario público. Rodada
en blanco y negro y color, y a pesar de tener momentos de gran belleza y
de un muy conseguido aire épico y barroco, el resultado es algo pomposo
y el ritmo bastante irregular. De la misma manera que hay largometrajes
que dan la impresión de ser cortos alargados, en este caso
prácticamente asistimos a una película acortada:
Primera esposa. Traslado a París
La actriz que interpretaba a la protagonista de Angeles caídos en su juventud era Barbara Lass,
primera mujer de Polanski, con la que se casó poco después de abandonar
la escuela. En el momento en que ambos se conocieron la vida amorosa de
él había sido ya bastante intensa, y en sus relaciones con las mujeres
era fiel a un principio: estaba convencido de que la monogamia obligada,
tanto en el hombre como en la mujer, provocaba un resentimiento
inconsciente que terminaba por arruinar la vida en pareja. Sus
infidelidades en este primer matrimonio fueron por tanto frecuentes,
pero su sorpresa llegó al descubrir que Barbara, de temperamento débil,
poca personalidad y propensa a oír cantos de sirena, se enamoraría y se
dejaría llevar apasionadamente por varios pretendientes, entre ellos el
director italiano Gillo Pontecorvo. No ayudó tampoco al
matrimonio que Polanski, según su propia opinión manifestada al cabo de
los años, hubiera decidido casarse con ella por la pura fascinación de
poseer a una mujer tan hermosa, aunque también infantil y superficial. Y
que por tanto se comportara de manera egoísta, celosa, autoritaria y
posesiva a lo largo de los escasos tres años que duró el matrimonio.
Durante esos tres años de matrimonio
Polanski es un director en busca de su primer largometraje: al poco de
abandonar la escuela, escribe junto a Jerzy Skolimowski
un drama psicológico con tres personajes que interactúan durante
veinticuatro horas en un único escenario: una embarcación de vela. Es el
guión de El cuchillo en el agua, la que será su ópera prima.
Al estar todos los proyectos cinematográficos del país bajo control
estatal, el guión debe tener el visto bueno del Ministerio de Cultura,
que autorizará o no la financiación necesaria. Sin embargo, la comisión
reguladora rechaza el proyecto por su “falta de compromiso social”.
Barbara recibe entonces varias ofertas de papeles en películas
francesas, por lo que ambos de trasladan a París. Vivirán allí dos años,
en los que Polanski intentará vender El cuchillo en el agua a varios productores locales, sin éxito. Sí consigue, sin embargo, producir un corto: El gordo y el flaco (Le gros et le maigre,
1961), en el que trata una idea que será desmenuzada con éxito en
muchos de sus films posteriores: las relaciones de poder, sumisión y
dependencia entre personajes antagónicos en un entorno aislado:
Finalizado el periplo
parisino, vuelve a Polonia en 1961. Ansioso por rodar a toda costa, y
al no contar con la autorización necesaria, consigue varios metros de
película de 35mm de contrabando (su propiedad privada estaba prohibida
por ley). Junto a varios colegas, y gracias a la reciente herencia
recibida por uno de ellos, financia su último cortometraje, rodado
prácticamente a escondidas. Un simple divertimento de amigos que se
juntan por el puro placer de rodar. Se llama Mamíferos (Ssaki, 1961):
Después de Mamíferos, y alentado por los cambios políticos experimentados en el país, retoca levemente el guión de El cuchillo en el agua y
lo somete de nuevo a la aprobación del Ministerio de Cultura. Esta vez
obtiene la autorización para rodar su primer largometraje. Su carrera ha
comenzado. En los próximos años, volcará toda esta experiencia vital en
varios films turbios, complejos y fascinantes. Pero su propia vida
seguirá siendo un torbellino: entre 1962 y 1969 conocerá el fracaso y la
miseria, pero también el enorme éxito en Hollywood. Vivirá el amargo
divorcio de Barbara, pero hallará la plena felicidad conyugal junto a
otra mujer. Y en pleno apogeo, la tragedia se cebará de nuevo con su
familia, esta vez a manos de otro de los más tristemente célebres
asesinos del siglo XX. Por el camino dejará varias películas memorables.
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