ensayos, poemas, cuentos, novelas, entrevistas, cine, comedia, teatro, música, etc...
domingo, 30 de junio de 2013
Todo indica que el próximo gobierno no tendrá oposición alguna. Bandeja servida.
Válgame Dios!!!! Billetera mata galán, tenía razón Winograd. Estos políticos..
Lentamente estoy preparándome para tomar la que será la decisión más importante en toda mi existencia
Me la juego y me la jugaré...
Más detalles después. Esta carrera debo ganarla. La competencia está difícil, muy, bastante. La superaré. Me tengo fe.
Más detalles después. Esta carrera debo ganarla. La competencia está difícil, muy, bastante. La superaré. Me tengo fe.
El despertar ciudadano
Me pone contento pero al unísono también me hace sentir inentendible. No more words. Amé a la democracia en su época, ahora ya me divorcié de ella, pasé a casarme con el escepticismo y por consiguiente, opté por ubicarme en el medio y apoyarme en una tercera alternativa. Tantas contradicciones, tantos años han pasado, tanto y tanta. Todo y nada. No sé. Ojalá mejore, no digo tampoco que se perfeccione, pero por lo menos que la chispa en la democracia paraguaya se encienda de una buena vez por todas.
sábado, 29 de junio de 2013
John Lennon x 70
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/70-curiosidades-acerca-de-john-winston-lennon-stanley-john-lennon/10150118585762424
Los celos en un poema de Sor Juana Inés de la Cruz
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-sor-juana-in%C3%A9s-de-la-cruz-acerca-de-los-celos/10150113624887424
La señora del perrito - Anton Chejov
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/a-pesar-de-ser-largo-vale-la-pena-leerlo-cuento-la-se%C3%B1ora-del-perrito/10150120322962424
Antes de Sir Edmund Hillary: El misterio
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/fue-realmente-sir-edmund-percival-hillary-el-primer-hombre-en-llegar-al-everest/10150171624317424
viernes, 28 de junio de 2013
Poema de Amado Nervo: Bon Soir.
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-amado-nervo/10150113618152424
Poema: Autumnal. De Rubén Darío.
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-rub%C3%A9n-dar%C3%ADo/10150113631802424
Gabriela Mistral - Creo en mi corazón
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-gabriela-mistral/10150113633297424
Amanecer de otoño - Antonio Machado
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-antonio-machado/10150113634882424
jueves, 27 de junio de 2013
Actualización de Rodney Ucedo
Sobrevivió. El milagro se dio. Gracias a Dios, a la Virgen, a todos y a todas quienes ayudaron de alguna u otra forma. Fue dado de alta, ya se encuentra con todos sus seres queridos, inmerso en un lento, largo pero seguro proceso de recuperación de mi queridísimo ex compañero de la infancia en el Monseñor Lasagna. La vida le otorgó una segunda chance. Mientras, en el lado oscuro, Tommy Bittar sigue impune. Que se vea él con su conciencia si es que puede dormir tranquilo.
La cita es el Sábado 6 de Julio en Vicoli Libros a las 16:00 sobre la Avenida Santísima Trinidad 448 casi Overavá, a 1 cuadra de Overavá
La Sociedad Tolkien Paraguay invita a su segunda reunión donde además de otros aspectos como la música, los debates, las exposiciones y demás, serán proyectadas películas temáticas a Sir John Ronald Reuel Tolkien, escritor británico autor de la saga El Señor de los Anillos, El Hobbit, entre otras obras cumbres de la literatura fantástica, británica y universal. Para mayores detalles y aportes contactar a 0983 479 079. Gracias desde ya.
miércoles, 26 de junio de 2013
La juventud a decir de James Dean
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-juventud-en-palabras-de-james-dean-1931-1955-actor-de-cine-estadounidense/10150123604972424
Federico García Lorca y la casada infiel
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-federico-garc%C3%ADa-lorca/10150113611037424
Esto yo dije del Facebook hace 2 años
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/el-facebook/496890197423
Las pesadillas en palabras de Georgie
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-pesadilla-seg%C3%BAn-jorge-luis-borges/10150122807892424
Humorada sexual
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/duda-sexual-para-re%C3%ADr-un-rato-nada-m%C3%A1s/10150161692152424
El olvidable Jorge Pizarro
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/jorge-pizarro/10150162469562424
Nota acerca del Alto Paraná, 2011
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/alto-paran%C3%A1/10150184129747424
martes, 25 de junio de 2013
Diana Venini, una amiga y conocida de las radios AM, en una nota con etiqueta donde aparezco. Acerca del perdón.
https://www.facebook.com/notes/diana-venini/que-lindo-es-perdonar/213955591956603
Arielito, Ariel David Ruíz Díaz, me etiquetó en esta nota emotiva y conmovedora junto a otras amistades suyas
Es ciego él, pero de todos modos igualmente vive la vida como cada uno de nosotros, y habla de la ceguera, intercalando entre la primera, la segunda y la tercera personas.
https://www.facebook.com/notes/ariel-david-ruiz-diaz/una-carta-para-usted-primera-parte/528989267166804
https://www.facebook.com/notes/ariel-david-ruiz-diaz/una-carta-para-usted-primera-parte/528989267166804
Munir me dijo que con esta nota, se puede conquistar a una chica ¿Será?
https://www.facebook.com/notes/arnaldo-munir-aquino-huespe/se-la-rosa-blanca/225427437489661
Munir y la justicia divina, nota de 2011 donde fui etiquetado junto a otros amigos suyos
https://www.facebook.com/notes/arnaldo-munir-aquino-huespe/la-justicia-divina/204210656278006
Iván Martínez, Chupe (II)
Este año se cumplieron 5 años sin él y hubiera cumplido 23, si mal no recuerdo y si no me equivoco. Como me paso diciendo siempre, sólo fuimos compañeros y conocidos. Igual, apena que se haya ido tan de golpe y de esa macabra forma. Fue un ser humano, fue un compañero, fue un conocido. Se lo extraña y se lo recordará siempre, de alguna u otra manera.
https://www.facebook.com/notes/javier-ferreira/justicia-para-ivan-copiando-un-poco-a-mar/208264719193797
https://www.facebook.com/notes/javier-ferreira/justicia-para-ivan-copiando-un-poco-a-mar/208264719193797
Iván Martínez, compañero de colegio asesinado en San Bernardino, 2008 (I)
https://www.facebook.com/notes/mar-perez/estas-en-nuestros-corazones/217438034950072
lunes, 24 de junio de 2013
Declamación por el Bicentenario de Paraguay en 2011
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/bicentenario-paraguayo/10150140531312424
La infidelidad según un manual
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/c%C3%B3mo-ser-infiel-manual-de-la-infidelidad-en-hombres-y-en-mujeres-al-ped%C3%ADsimo-por/10150497669637424
Orgasmos acuáticos
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/sexo-en-la-ducha-c%C3%B3mo-tener-orgasmos-acu%C3%A1ticos/10150235064937424
Kamasutra X 60
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/sexo-60-posiciones-del-kamasutra/10150227025042424
Nada confirmado pero según un rumor de la perrada, se afirma esto:
Martes 29 de Abril de 2014 - Depeche Mode en Asunción
domingo, 23 de junio de 2013
Viaje confirmado
Hace 8 años no salgo del país. Mi único viaje al exterior lo hice en 2005 como regalo de 15 años a territorio argentino. Vi de lejos Posadas sin entrar porque tenía la cédula vencida, entonces nos dimos una vuelta en el puente encarnaceno, pasé por Resistencia, las ruinas jesuíticas, las misiones, el lado argentino de Yacyretá y la obvia contraparte compatriota aunque para mi pesar la represa no funcionó ese día y no me puse el casco, estuve en las dos Paso de Patria, Itatí, Ituzaingó, Corrientes, Formosa y Clorinda. Y es a Clorinda donde volveré. El dinero ya está. Tan sólo falta confirmar fecha, horario y los días que me quedaré allá para paseo, sacar fotos y comprar cosas que necesita mi familia en casa. El que avisa...
Desde hace 2 años...
...Sí, dos.
Recién a plenitud, a flor de piel, vivo según el llamado de mi sangre italiana. Ahora recién, desde hace dos años me doy cuenta lo difícil que es para una inmensa porción mayoritaria de mis congéneres, escoger para quedarse con una mujer.
PERO NO IMPOSIBLE. Tengo una determinada fijación por las periodistas -sean o no estudiantes de periodismo, en síntesis, tengan algún vínculo implícito o explícito con lo que sea periodismo-
Veré qué sucederá al compás del reloj. Mi situación sentimental la calificaría de 'no estoy soltero' y "no estoy casado ni comprometido o en una relación de noviazgo con alguien". Sí sé dónde me paro. No sé si soy heartbreaker o romántico, enamoradizo no soy, mas sí acepto definirme como un ser apasionado, irresistible ante el embrujo femenino, haciendo inquieto a mi corazón y a todo lo que acompañe al mismo susodicho.
Recién a plenitud, a flor de piel, vivo según el llamado de mi sangre italiana. Ahora recién, desde hace dos años me doy cuenta lo difícil que es para una inmensa porción mayoritaria de mis congéneres, escoger para quedarse con una mujer.
PERO NO IMPOSIBLE. Tengo una determinada fijación por las periodistas -sean o no estudiantes de periodismo, en síntesis, tengan algún vínculo implícito o explícito con lo que sea periodismo-
Veré qué sucederá al compás del reloj. Mi situación sentimental la calificaría de 'no estoy soltero' y "no estoy casado ni comprometido o en una relación de noviazgo con alguien". Sí sé dónde me paro. No sé si soy heartbreaker o romántico, enamoradizo no soy, mas sí acepto definirme como un ser apasionado, irresistible ante el embrujo femenino, haciendo inquieto a mi corazón y a todo lo que acompañe al mismo susodicho.
sábado, 22 de junio de 2013
Esta noche a las 23:00 (en diferido) por el SNT Canal 9
Concierto de música clásica por la llegada del verano en Europa realizado anualmente desde la capital austríaca, en esta edición, con la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta del mítico director Lorin Maazel, francés y estadounidense de nacionalidad.
Sommernachtskonzert Wien 2013 from Schlosspark, Austria
Sommernachtskonzert Wien 2013 from Schlosspark, Austria
viernes, 21 de junio de 2013
Recomendación bibliófila
Emanuel Swedenborg fue científico, teólogo, inventor, escritor y filósofo sueco, uno de los más grandes multifacéticos y prolíficos seres que tuvieron Suecia y el resto de la humanidad. Nació en 1688 en Estocolmo y murió en Londres en 1772 a la edad de 84 años.
Recomendación cinéfila
La única película donde actuaron juntos Jorge Negrete y Pedro Infante
Título: Dos tipos de cuidado
Año: 1952
País de origen: México
Género: Comedia ranchera
Director: Ismael Rodríguez Ruelas
Elenco: Jorge Negrete, Pedro Infante
Duración: 111 minutos
Idioma: Español
Título: Dos tipos de cuidado
Año: 1952
País de origen: México
Género: Comedia ranchera
Director: Ismael Rodríguez Ruelas
Elenco: Jorge Negrete, Pedro Infante
Duración: 111 minutos
Idioma: Español
jueves, 20 de junio de 2013
La historia que inspiró a Blatty para escribir El Exorcista
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-historia-que-inspir%C3%B3-a-william-peter-blatty-a-escribir-el-exorcista/10150115508757424
El Yeti
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/el-abominable-hombre-de-las-nieves/10150188895057424
La tarantella italiana
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/tarantella/10150190431117424
El asesinato del dictador nicaraguense Somoza en Paraguay
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/el-asesinato-de-somoza-en-paraguay/10150195876767424
Una historia del anticonceptivo
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/historia-del-anticonceptivo-parte-1/10150198387412424
Entrevista a Salvador Dalí en 1971
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/una-loca-entrevista-a-un-loco-salvador-dal%C3%AD/10150193533822424
ENTREVISTA AL DOCTOR MICHAEL GOTTLIEB, QUIEN DETECTÓ EL PRIMER CASO DE SIDA -en todo el mundo- HACE 30 AÑOS EN ESTADOS UNIDOS
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/entrevista-al-doctor-michael-gottlieb-quien-detect%C3%B3-el-primer-caso-de-sida-en-to/10150202848147424
Cuando se cumplieron 30 años de la aparición del SIDA, el 5 de Junio de 2011.
Cuando se cumplieron 30 años de la aparición del SIDA, el 5 de Junio de 2011.
miércoles, 19 de junio de 2013
Entrevista del periodista Martin Amis en 1979 a Roman Polanski.
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/entrevista-de-1979-a-roman-polanski-todos-nos-queremos-acostar-con-jovencitas/10150208456897424
Ozzy Osbourne, la medicina contemporánea y las drogas
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/ozzy-osbourne-se-va-al-m%C3%A9dico-doctor-la-hero%C3%ADna-cuenta-como-droga/10150227393932424
Los 10 peores pontífices en la historia de la Iglesia Católica
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/los-10-peores-papas-de-la-historia/10150233379257424
Elvis y Dios
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/elvis-presley-cuando-la-fama-te-aleja-de-dios/10150252268687424
Soldadito de la patria en versión de Alberto de Luque
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/soldadito-de-la-patria/10150282830422424
Poema de Augusto Roa Bastos - Yo nací aquí
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/poema-de-augusto-roa-bastos/10150446181447424
martes, 18 de junio de 2013
Diccionario masónico
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/diccionario-de-t%C3%A9rminos-mas%C3%B3nicos/10150178478052424
Reglas para la vida. Por Aristóteles Sócrates Onassis (1906-1975)
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/reglas-de-arist%C3%B3teles-s%C3%B3crates-onassis-para-la-vida/10150303376157424
Declaración Universal de los Derechos Humanos
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/declaraci%C3%B3n-universal-de-los-derechos-humanos-10-de-diciembre-de-1948/10150425818037424
Armando Almada Roche y el origen del 108 en Paraguay
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-historia-de-108-y-1-quemado-por-armando-almada-roche/10150438762782424
Oración de los novios
Lo encontré por internet el Sábado 14 de Enero de 2012, publicándolo en mi Face...
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/oraci%C3%B3n-de-los-novios/10150492670857424
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/oraci%C3%B3n-de-los-novios/10150492670857424
lunes, 17 de junio de 2013
Un derecho humano
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-libre-portaci%C3%B3n-de-armas-seg%C3%BAn-la-segunda-y-novena-enmiendas-constitucionales/10150237002812424
Mi historia de cómo dejé de fumar la primera vez
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/mi-historia-de-c%C3%B3mo-dej%C3%A9-de-fumar/10150217933492424
Chuck Norris
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/la-verdad-verdadera-de-chuck-norris/10150125262837424
Frases de Woody Allen
https://www.facebook.com/notes/jos%C3%A9-pablo-y%C3%B3dice/el-humor-de-woody-allen/10150124365427424
domingo, 16 de junio de 2013
Guerra del Chaco: Paraguay
El único país en toda la historia de la humanidad que perdió -entregando traidoramente- en el tratado lo que ganó en la guerra. Sólo para entendidos.
Efemérides del 15 y del 16 de Junio
http://es.wikipedia.org/wiki/15_de_junio
http://es.wikipedia.org/wiki/15_de_junio
http://es.wikipedia.org/wiki/15_de_junio
sábado, 15 de junio de 2013
Adri Aguilar dedicándonos a mí y a otros ex compas del Perpetuo
Esta nota ella la hizo el Sábado 29 de Enero de 2011 en el Face, etiquetándonos a mí y a otros 12 ex compañeros y ex compañeras con quienes ya sea compartí o no clase, pues algunos para 2005, cuando yo estaba, ya no estaban.. y cosas así por el estilo...
Se llama SER HOMBRE y dice con absoluta textualidad:
Ser Hombre
Ser hombre, hijo mío,
es pisar en las brazas del miedo
y seguir caminando.
Soportar el dolor de la carne en silencio
y aridez en los ojos,
mas dejar que las lágrimas fluyan
si el quebranto es del alma.
Es cercar el valor de prudencia
y el ardor de cautela,
sin torcer el propósito,
sin mellar al decisión forjada en el tesón,
la paciencia, la razón, la experiencia
y la meditación.
Es pasar,
--con los brazos ceñidos al cuerpo,
los labios inmóviles,
conteniendo el aliento--
junto al castillo de arena
(que es la felicidad que construyó otro hombre)
si con tu palabra,
o al extender tu brazo
pudieras derribarle.
Hijo mío,
no desdeñes el oro
mas no dejes que el oro señoreé tu vida.
Acumula bastante
para no tener nunca
que extender tu mano a la piedad de otro,
y sí poder en cambio,
poner algo en la mano que hacia tí se extiende.
Y al que te pide un pan no les des un consejo.
No te juzgues más sabio que aquél que busca ayuda.
Dale apoyo y aliento y comparte su carga.
Dale tu oro y tu esfuerzo,
y después da el consejo.
Al temor no le pongas el disfraz del perdón;
el valor, hijo mío, es la virtud más alta
y confesar la culpa el supremo valor.
No eches pues en los hombros de tu hermano la carga,
ni vistas a los otros las ropas de tu error.
Es tu deber, si caes, no obstante la caída,
tu ideal y tu anhelo mantener siempre enhiestos;
y no buscar la excusa, ni encontrar la disculpa.
La mentira es hollín, no te manches los labios.
Y no ostentes ser rico, ser feliz o ser sabio
delante del que exhibe la llaga del fracaso.
No subleves la envidia, la admiración, los celos;
y busca la sonrisa, no busques el aplauso.
que no turbe tu sueño la conciencia intranquila;
que no mengüe tu dicha el despecho abrasivo,
ni tu audacia flaquee ante la adversidad.
No deforme tu rostro jamás la hipocresía
y no toque tu mano, tración o deslealtad.
Y aún hay más, hijo mío:
que al volver tu mirada
sobre el camino andado
no haya lodo en tus pies,
ni se encuentre en tu huella
una espiga,
una mies,
o una flor
pisoteada.
("Y que bien....que la razón nos confunde....tantas opiniones....los amigos...los primos....los conocidos....el galán de la telenovela....tantas personas que influyen en nuestra manera de pensar y de actuar....finalmente....somos el reflejo de todos esos comentarios....y finalmente no somos nada.....por que todo términa en eso.....en nada.... " ) ....ADRI AGUILAR....
Ser hombre, hijo mío,
es pisar en las brazas del miedo
y seguir caminando.
Soportar el dolor de la carne en silencio
y aridez en los ojos,
mas dejar que las lágrimas fluyan
si el quebranto es del alma.
Es cercar el valor de prudencia
y el ardor de cautela,
sin torcer el propósito,
sin mellar al decisión forjada en el tesón,
la paciencia, la razón, la experiencia
y la meditación.
Es pasar,
--con los brazos ceñidos al cuerpo,
los labios inmóviles,
conteniendo el aliento--
junto al castillo de arena
(que es la felicidad que construyó otro hombre)
si con tu palabra,
o al extender tu brazo
pudieras derribarle.
¡Porque arruinar la dicha de tu prójimo
es más grave, peor, que introducir tu mano
en el bolsillo
para robarle!
Hijo mío,
no desdeñes el oro
mas no dejes que el oro señoreé tu vida.
Acumula bastante
para no tener nunca
que extender tu mano a la piedad de otro,
y sí poder en cambio,
poner algo en la mano que hacia tí se extiende.
Y al que te pide un pan no les des un consejo.
No te juzgues más sabio que aquél que busca ayuda.
Dale apoyo y aliento y comparte su carga.
Dale tu oro y tu esfuerzo,
y después da el consejo.
Al temor no le pongas el disfraz del perdón;
el valor, hijo mío, es la virtud más alta
y confesar la culpa el supremo valor.
No eches pues en los hombros de tu hermano la carga,
ni vistas a los otros las ropas de tu error.
Es tu deber, si caes, no obstante la caída,
tu ideal y tu anhelo mantener siempre enhiestos;
y no buscar la excusa, ni encontrar la disculpa.
Los héroes, hijo mío, nunca esgrimen pretextos.
La mentira es hollín, no te manches los labios.
Y no ostentes ser rico, ser feliz o ser sabio
delante del que exhibe la llaga del fracaso.
No subleves la envidia, la admiración, los celos;
y busca la sonrisa, no busques el aplauso.
Y perdónale al mundo su error, si no valoraY por fin, hijo mío:
tus merecimentos en lo que crees que valen;
(es probable hijo mío, que el más justo evalúo
es el que el mundo hace).
que no turbe tu sueño la conciencia intranquila;
que no mengüe tu dicha el despecho abrasivo,
ni tu audacia flaquee ante la adversidad.
No deforme tu rostro jamás la hipocresía
y no toque tu mano, tración o deslealtad.
Y aún hay más, hijo mío:
que al volver tu mirada
sobre el camino andado
no haya lodo en tus pies,
ni se encuentre en tu huella
una espiga,
una mies,
o una flor
pisoteada.
Hijo mío, es esto
lo que esa breve frase "Ser hombre"
significa.
("Y que bien....que la razón nos confunde....tantas opiniones....los amigos...los primos....los conocidos....el galán de la telenovela....tantas personas que influyen en nuestra manera de pensar y de actuar....finalmente....somos el reflejo de todos esos comentarios....y finalmente no somos nada.....por que todo términa en eso.....en nada.... " ) ....ADRI AGUILAR....
......La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón......
Tami
Tamara Medina Bareiro fue Miss Asunción 2011, estudió en el Colegio Nacional de Niñas/Asunción Escalada y en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. No fue mi compañera pero lo es y será honoríficamente puesto que nos conocemos gracias a las reuniones de EXAS y ya que yo estuve durante 6 meses allá por 2005 en ese mismo colegio.
El Sábado 23 de Abril de 2011, etiqueta del FB mediante, me dedicó junto a otros contactos, cuanto sigue:
EL TERERE
EL TERERE NO ES UNA BEBIDA..BUeno, sí, es un líquido y entra por la boca..pero no es una bebida. En este País nadie toma tererè solo xq tenga sed..
es mas bien una costumbre,como rascarse.
el tererè provoca exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estas con alguien eney te hace pensar cuando estas solo...
Cuando llega alguien a tu casa, la primera frase es "hola" y la segunda "tererè??".
esto pasa en todos los hogares, ya sean ricos..o pobres. pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras hablan, estudian o simplemente no hacen nada.
Es lo único que comparten los padres e hijos sin discutir o echarse en cara cosas.
Colorados y Liberales...Cerristas y Olimpistas ceban mates sin discutir..
En verano y en invierno, es lo ùnico en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezas a dar tererè cuando te pide::se lo das fresco, con poco hielo, y se sienten grandes!
Sentìs un orgullo enorme cuando un chiquito de tu sangre empieza a chupar la bombilla. se te sale el corazòn del cuerpo! despues ellos, con los años, elegiràn si tomarlo natural, frio, helado, mate, con yuyos, con un chorrito de limòn...
Cuando conocès a alguien, lo invitas a compartir unos mates.
La yerba e slo ùnico que hay siempre, en todas las casas. siempre... Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y epidemias..
y si un dìa no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Paraguay es el ùnico Paìs donde la desicion de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un dìa en particular..el dìa en que tenemos la necesidad de tomar por 1ra ves tererè..SOLOS...no es casualidad, no es xq si..El día en que un chico pone el termo con hielo y toma su 1er tereré sin que haya nadie en casa, es que ha descubierto que TIENE ALMA, o está muerto de miedo..o muerto de amor..o algo..pero no es un día cualquiera!!!
Ninguno recuerda el día en que tomó su 1er tereré..pero debió haber sido un día importante para cada uno..
por dentro hay revoluciones, el sencillo tereré es NADA MAS Y NADA MENOS QUE UNA DEMOSTRACIÓN DE VALORES
ES LA SOLIDARIDAD DE AGUANTAR LA YERBA LAVADA XQ LA CHARLA ES BUENA..la charla, no el tereré.
ES EL RESPETO POR LOS TIEMPOS PARA HABLAR Y ESCUCHAR, vos hablas mientras el otro toma y viceversa.
ES LA SINCERIDAD PARA DECIR.."BASTA!!!CAMBIA LA YERBA!!!"
ES EL COMPAÑERISMO HECHO MOMENTO
ES LA SENSIBILIDAD AL AGUA FRIA...Es el cariño para preguntar estupidamente: ¿esta frio no??
ES LA MODESTIA DE QUIEN CEBA EL MEJOR MATE!!
ES LA GENEROSIDAD de dar..HASTA EL FINAL
es la hospitalidad de la invitación..
es la Justicia de uno por uno!
es la obligación de decir GRACIAS, al menos una vez al día..
es la actitud ètica, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones..que COMPARTIR EL SENCILLO Y UNICO PRIVILEGIO DE SER PARAGUAYOS!!!!
El Sábado 23 de Abril de 2011, etiqueta del FB mediante, me dedicó junto a otros contactos, cuanto sigue:
EL TERERE
EL TERERE NO ES UNA BEBIDA..BUeno, sí, es un líquido y entra por la boca..pero no es una bebida. En este País nadie toma tererè solo xq tenga sed..
es mas bien una costumbre,como rascarse.
el tererè provoca exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estas con alguien eney te hace pensar cuando estas solo...
Cuando llega alguien a tu casa, la primera frase es "hola" y la segunda "tererè??".
esto pasa en todos los hogares, ya sean ricos..o pobres. pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras hablan, estudian o simplemente no hacen nada.
Es lo único que comparten los padres e hijos sin discutir o echarse en cara cosas.
Colorados y Liberales...Cerristas y Olimpistas ceban mates sin discutir..
En verano y en invierno, es lo ùnico en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezas a dar tererè cuando te pide::se lo das fresco, con poco hielo, y se sienten grandes!
Sentìs un orgullo enorme cuando un chiquito de tu sangre empieza a chupar la bombilla. se te sale el corazòn del cuerpo! despues ellos, con los años, elegiràn si tomarlo natural, frio, helado, mate, con yuyos, con un chorrito de limòn...
Cuando conocès a alguien, lo invitas a compartir unos mates.
La yerba e slo ùnico que hay siempre, en todas las casas. siempre... Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y epidemias..
y si un dìa no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Paraguay es el ùnico Paìs donde la desicion de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un dìa en particular..el dìa en que tenemos la necesidad de tomar por 1ra ves tererè..SOLOS...no es casualidad, no es xq si..El día en que un chico pone el termo con hielo y toma su 1er tereré sin que haya nadie en casa, es que ha descubierto que TIENE ALMA, o está muerto de miedo..o muerto de amor..o algo..pero no es un día cualquiera!!!
Ninguno recuerda el día en que tomó su 1er tereré..pero debió haber sido un día importante para cada uno..
por dentro hay revoluciones, el sencillo tereré es NADA MAS Y NADA MENOS QUE UNA DEMOSTRACIÓN DE VALORES
ES LA SOLIDARIDAD DE AGUANTAR LA YERBA LAVADA XQ LA CHARLA ES BUENA..la charla, no el tereré.
ES EL RESPETO POR LOS TIEMPOS PARA HABLAR Y ESCUCHAR, vos hablas mientras el otro toma y viceversa.
ES LA SINCERIDAD PARA DECIR.."BASTA!!!CAMBIA LA YERBA!!!"
ES EL COMPAÑERISMO HECHO MOMENTO
ES LA SENSIBILIDAD AL AGUA FRIA...Es el cariño para preguntar estupidamente: ¿esta frio no??
ES LA MODESTIA DE QUIEN CEBA EL MEJOR MATE!!
ES LA GENEROSIDAD de dar..HASTA EL FINAL
es la hospitalidad de la invitación..
es la Justicia de uno por uno!
es la obligación de decir GRACIAS, al menos una vez al día..
es la actitud ètica, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones..que COMPARTIR EL SENCILLO Y UNICO PRIVILEGIO DE SER PARAGUAYOS!!!!
viernes, 14 de junio de 2013
Otra de Munir
Me dedicó, etiquetándome junto a otras amistades, al igual que las anteriores dedicatorias que posteé aquí, vía red social Facebook, en el escrito que le hizo en 2011, un Miércoles 15 de Junio, a Santa Juana de Arco.
Expresiones textuales:
Juana D`Arco, reina mia, me querida protectora, gracias por tanto, gracias por todo, por que nunca me abandonas, por que siempre me das esa fuerza para seguir adelante, gracias por siempre aguantarme, y tan solo a escuchar mis pedidos, y gracias por hacerme caso, no sos santa en vano, todo es por algo, y te defendere siempre, por que sos la mejor, porque desde que era bebe estuviste conmigo en las buenas y en las malas, mi gran vida, mi amiga, mi compañera, mi santa, mi protectora toda la vida..y siempre escuchare todo lo que me dices..te adoro! mil gracias y que cada vez te eleves mas..
Nunca me defraudaste y nunca lo haras, me enseñaste a luchar en la vida, a saber defenderme, a ser lo que soy, y cada dia me vas enseñando más y más, asi de hermosa que eres, tus ojos celestes, tus cabellos, tu armadura, tu espada y tu estatura, y tu clara y hermosa voz, siempre me dan fuerzas para seguir adelante y tener mi victoria...
Aunque a veces me canse, se que estas ahi para levantarme, y por eso GRACIAS, mi rosa mas preciada...incomparable e ILUSTRE Juana D`Arco...
Expresiones textuales:
Juana D`Arco, reina mia, me querida protectora, gracias por tanto, gracias por todo, por que nunca me abandonas, por que siempre me das esa fuerza para seguir adelante, gracias por siempre aguantarme, y tan solo a escuchar mis pedidos, y gracias por hacerme caso, no sos santa en vano, todo es por algo, y te defendere siempre, por que sos la mejor, porque desde que era bebe estuviste conmigo en las buenas y en las malas, mi gran vida, mi amiga, mi compañera, mi santa, mi protectora toda la vida..y siempre escuchare todo lo que me dices..te adoro! mil gracias y que cada vez te eleves mas..
Nunca me defraudaste y nunca lo haras, me enseñaste a luchar en la vida, a saber defenderme, a ser lo que soy, y cada dia me vas enseñando más y más, asi de hermosa que eres, tus ojos celestes, tus cabellos, tu armadura, tu espada y tu estatura, y tu clara y hermosa voz, siempre me dan fuerzas para seguir adelante y tener mi victoria...
Aunque a veces me canse, se que estas ahi para levantarme, y por eso GRACIAS, mi rosa mas preciada...incomparable e ILUSTRE Juana D`Arco...
martes, 11 de junio de 2013
Mi ex compañero del Monseñor Lasagna Munir me dedicó este ensayo sobre la hipnosis y la auto hipnosis, al lado de gente en común
La Hipnosis ayuda a estar en armonia, desestrezar, quitar algun miedo o fobia, sentirse mas seguros, sacarse el agotamiento, el stress, para que uno pueda estudiar mejor, para ir hasta mucho antes de su vida para saber el nucleo del problema como un trauma del nacimiento, sacarse habitos que les hacen mal, equilibrarse..., para el autoestima.sanar enfermedades, o como sobrellevar una enfermedad fuerte como es el sida o el cancer, dolores corporales, angustias y depresion, problemas personales , y controlar las emociones para que uno se sienta totalmente renovado, como nuevo..
tambien esta la auto-hipnosis que les permite a cada uno personalmente poder encontrar esa relajacion, ese estado hipnotico y para encontrar nuestra propia auto sanacion, pero hay que quitarse ese miedo de quedar atrapado en un trance hipnotico regresivo...
Tambien para sacarse toda esa carga negativa y pensamientos negativos que uno tiene...

2 de Mayo de 2011
Aclaración
Todas las dedicatorias que me han hecho a lo largo de los años las reproduzco aquí textualmente inclusive obviando los errores que quienes lean todas notarán, por una cuestión de agradecimiento, aunque yo sea perfeccionista.
Una dedicatoria que me envió al lado de otras personas amigas suyas la fundación caazapeña empeñada en preservar el Ycuá Bolaños
Caazapá Ycuá Bolaños
18 de Marzo de 2010
¿Por qué verter la sangre inútil?
Pido la paz y la palabra
No más patrias, por favor,
no más banderas.
No más sangre alimentando
mercaderes.
No más historias falseadas
por el rencor de los mediocres.
No más futuros inventados
por los fabricantes de caínes.
No más batallas asesinas
para engordar a los traficantes
del estúpido odio entre los pueblos...
A partir de lo que hay,
un mundo abierto, sin fronteras,
un solo territorio, nuestra tierra,
un hogar para todos los humanos
(un hogar sin iconos mentirosos,
sin altares a los dioses de la guerra).
No más muerte abortando nueva vida,
no más armas, no más frentes, no más fosos:
sólo puentes entre todas las orillas.
18 de Marzo de 2010
¿Por qué verter la sangre inútil?
Pido la paz y la palabra
No más patrias, por favor,
no más banderas.
No más sangre alimentando
mercaderes.
No más historias falseadas
por el rencor de los mediocres.
No más futuros inventados
por los fabricantes de caínes.
No más batallas asesinas
para engordar a los traficantes
del estúpido odio entre los pueblos...
A partir de lo que hay,
un mundo abierto, sin fronteras,
un solo territorio, nuestra tierra,
un hogar para todos los humanos
(un hogar sin iconos mentirosos,
sin altares a los dioses de la guerra).
No más muerte abortando nueva vida,
no más armas, no más frentes, no más fosos:
sólo puentes entre todas las orillas.

Aunque
nuestros pensamientos , ideales, experiencias y sentimientos...crea
alguna distancia entre nosotros los seres humanos...podemos hallar un
punto en comun para construir dia a dia aquello que nos motiva VIVIR
...y esa es la PAZ y el AMOR que toda alma ancia...Bendiciones!!
Stephi Nastari Pane, amiga y conocida de mi ex colegio el Ibero me dedicó esta nota junto a otros correligionarios en común del Club Olimpia
6 de Junio de 2011
Llenamos estadios porque eso hace un club de verdad. Donde están, nosotros estamos, no importa por que y donde. jajaja das risa vos perrista :) en las malas fueron 25 y eso MARCA su pasión de por vida. me preguntas por qué lleno todavía los estadios? PORQUE LA PASIÓN ES EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS, mejor 9años de nada que 100 años!! pero te dejo con esto que ya aprendiste la semana pasada, LAS COPAS SE MIRAN NO SE TOCAN. pero eso no te importa,no eso es lo que menos te importa tira piedra, te compro lo que tanto queres que hasta se acuchillan por tener: UNA TORTILLA. me importa un bledo tu ranking anual, mira el ranking de la década: olimpia esta en el 9 en Sudamérica y cerro puteño en 27 :) solo para que sepas. ahora anda tira piedras por ahi que eso es lo que te gusta y te sale bien, no trates de tener lo que yo tengo porque tendrias que esperar otros 100años para llegar a ese punto otra vez...
jajajajajajajja vos lloraste cuando estabas ganando ayer, a mi me decis alquilado? abucheaste a tus propios jugadores por meter gol? JAJAJAJAJA sos un chiste.
Llenamos estadios porque eso hace un club de verdad. Donde están, nosotros estamos, no importa por que y donde. jajaja das risa vos perrista :) en las malas fueron 25 y eso MARCA su pasión de por vida. me preguntas por qué lleno todavía los estadios? PORQUE LA PASIÓN ES EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS, mejor 9años de nada que 100 años!! pero te dejo con esto que ya aprendiste la semana pasada, LAS COPAS SE MIRAN NO SE TOCAN. pero eso no te importa,no eso es lo que menos te importa tira piedra, te compro lo que tanto queres que hasta se acuchillan por tener: UNA TORTILLA. me importa un bledo tu ranking anual, mira el ranking de la década: olimpia esta en el 9 en Sudamérica y cerro puteño en 27 :) solo para que sepas. ahora anda tira piedras por ahi que eso es lo que te gusta y te sale bien, no trates de tener lo que yo tengo porque tendrias que esperar otros 100años para llegar a ese punto otra vez...
jajajajajajajja vos lloraste cuando estabas ganando ayer, a mi me decis alquilado? abucheaste a tus propios jugadores por meter gol? JAJAJAJAJA sos un chiste.
Carlitos Vázquez, un amigo infantil unos años menor que yo, me dedicó este tema de Café Tacuba junto a otras amistades y personas conocidas en común
Si hiciera una lista de mis errores, de los menores y hasta los peores.
Que expusiera todas las heridas, los fracasos, desamores y las mentiras.
Ofrecere el aroma del ambar, ofrecere el cedro y mis lagrimas.
Con la paciencia del mar esperaré, toda una vida, a que sane la confianza.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
Si hiciera un viaje a mis adentros, y sobreviviera a los lamentos.
Pediría fuerzas para decirte cuanto, lo siento.
Si volviera de un viaje a mis adentros.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
El agua derramada está, la sed que siento no saciará.
¿Cuantas cosas más puedo guardar?
¿Cuantas cosas puedo atesorar?
Dulce tentación, de dejarlo todo.
¿Cuanto espacio mas quiero ocupar?
¿Cuantas cosas me puedo llevar?
Dulce tentación, de dejarlo todo.
Dulce tentación, regalarlo todo.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
El agua derramada está, la sed que siento me sanará.
(Que facil es hacer todo mal, y que dificil hacer tan bien todo.
Una de las personas etiquetadas tenía razón, los recuerdos no te van a hacer cambiar de opinión a eso que decidiste en tu presente, pero están ahí molestándote. Dulce tentación, más bien, molestia).
14 de Julio de 2011
Que expusiera todas las heridas, los fracasos, desamores y las mentiras.
Ofrecere el aroma del ambar, ofrecere el cedro y mis lagrimas.
Con la paciencia del mar esperaré, toda una vida, a que sane la confianza.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
Si hiciera un viaje a mis adentros, y sobreviviera a los lamentos.
Pediría fuerzas para decirte cuanto, lo siento.
Si volviera de un viaje a mis adentros.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
El agua derramada está, la sed que siento no saciará.
¿Cuantas cosas más puedo guardar?
¿Cuantas cosas puedo atesorar?
Dulce tentación, de dejarlo todo.
¿Cuanto espacio mas quiero ocupar?
¿Cuantas cosas me puedo llevar?
Dulce tentación, de dejarlo todo.
Dulce tentación, regalarlo todo.
Si volviera a comenzar, no tendría tiempo de reparar.
El agua derramada está, la sed que siento me sanará.
(Que facil es hacer todo mal, y que dificil hacer tan bien todo.
Una de las personas etiquetadas tenía razón, los recuerdos no te van a hacer cambiar de opinión a eso que decidiste en tu presente, pero están ahí molestándote. Dulce tentación, más bien, molestia).
14 de Julio de 2011
Esta nota me la dedicó junto a otras amistades, gente conocida y colegas en común, la periodista compatriota Lali Canata.
26 de Abril de 2010
¿Porqué Periodismo?
¿Porqué Periodismo?
Aún recuerdo la cara que puso mi mamá el día en que anuncié sería periodista...
Era la perfecta combinación de espanto y, para qué negarlo, frustración.
En sus ojos veía caer, hechas pedazos, las ilusiones de "siguiendo la tradición familiar", estudiaría derecho o ciencias políticas.
Con un filo de voz me preguntó: - Porqué Periodismo?.- Mientras mentalmente se recriminaba qué había hecho mal.
Poniéndome a reflexionar, me hice la misma pregunta...
En qué momento me enamoré del Periodismo?.
Eso es fácil, desde siempre!!.
Porqué Periodismo?.
Porque creo es un trabajo duro, en el cual no debemos esperar recompensas inmediatas, salvo milagros. Pero siempre queda en nuestro trabajo, el placer del trabajo bien hecho.
Es un placer especial que conoce el artista, el autor de una obra, cuando es conciente de haber creado algo en medio de "un mar revuelto", en medio del caos.
Queda también, el placer de escribir o hablar sobre acontecimientos de lo que los demás hablan o hablarán después de leernos, escucharnos o vernos.
Si somos responsables, también quedará el convencimiento de que lo que hacemos afecta o puede afectar, para bien o mal, la vida de mucha gente.
Por ello y más, el Periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.
Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia y la demolición moral del fracaso.
Nadie que no haya nacido para eso y éste dispuesto a vivir sólo para eso, podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
FELIZ DÍA DEL PERIODISTA!!!!!!!!
Post data: Lali ahora está esperando a Mateo, ya la felicité y ojalá que su primer varoncito, junto a su nenita, sea sano, salvo, santo y sabio. Y periodista como ella, como el padre y como el tío Yodi.
Era la perfecta combinación de espanto y, para qué negarlo, frustración.
En sus ojos veía caer, hechas pedazos, las ilusiones de "siguiendo la tradición familiar", estudiaría derecho o ciencias políticas.
Con un filo de voz me preguntó: - Porqué Periodismo?.- Mientras mentalmente se recriminaba qué había hecho mal.
Poniéndome a reflexionar, me hice la misma pregunta...
En qué momento me enamoré del Periodismo?.
Eso es fácil, desde siempre!!.
Porqué Periodismo?.
Porque creo es un trabajo duro, en el cual no debemos esperar recompensas inmediatas, salvo milagros. Pero siempre queda en nuestro trabajo, el placer del trabajo bien hecho.
Es un placer especial que conoce el artista, el autor de una obra, cuando es conciente de haber creado algo en medio de "un mar revuelto", en medio del caos.
Queda también, el placer de escribir o hablar sobre acontecimientos de lo que los demás hablan o hablarán después de leernos, escucharnos o vernos.
Si somos responsables, también quedará el convencimiento de que lo que hacemos afecta o puede afectar, para bien o mal, la vida de mucha gente.
Por ello y más, el Periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.
Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia y la demolición moral del fracaso.
Nadie que no haya nacido para eso y éste dispuesto a vivir sólo para eso, podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.
FELIZ DÍA DEL PERIODISTA!!!!!!!!
Post data: Lali ahora está esperando a Mateo, ya la felicité y ojalá que su primer varoncito, junto a su nenita, sea sano, salvo, santo y sabio. Y periodista como ella, como el padre y como el tío Yodi.
lunes, 10 de junio de 2013
Estoy en búsqueda de padrino y de madrina..
Al fin haré mi confirmación este año después de un sinfin de intentonas fallidas.
Empiezo este mes y culmino en Setiembre. Dios y la Virgen mediante. Otro sacramento más cumplido. En el mismo lugar donde realicé mi primera confesión y mi primera comunión en 2000: El Santuario de María Auxiliadora.
Empiezo este mes y culmino en Setiembre. Dios y la Virgen mediante. Otro sacramento más cumplido. En el mismo lugar donde realicé mi primera confesión y mi primera comunión en 2000: El Santuario de María Auxiliadora.
Gracias por venir The Ocean Blue
Gracias a Kilkenny y felicidades por otro aniversario más a ellos que hacen posible cada tanto reflotar el under anglo y el paraguayo. Lamento con toda mi alma no haber podido ir a su concierto este sábado que pasó en el Casco Antiguo de la City. Pero peor hubiera sido haber comprado la entrada y no acudir igual por coincidencias de la vida y del crono. Todos supeditados a mi agotamiento físico, mental y espiritual sabatino. Ojalá repitan otra pasadita por estos lares alguna vez.
domingo, 9 de junio de 2013
Marco Antonio Solís
Lo bueno: Volvió después de 5 años para ofrecer un recital en Asunción y que quede constancia que en ninguna ocasión lo fui a ver ni este año, siquiera tampoco en los anteriores 1995, 2005 y 2008. Es encomiable que sean distendidas las distancias temporales que se extienden para no entrar al terreno peligroso de: A la gran puta, ya otra vez viene a robar este chanta que hace poquito nomás se vino pa'cá.
Lo malo: El promediado paraguayo Buki, mayoritaria mas no peyorativamente hablando, es sadomaso por naturaleza. Se rehúsa a aceptar que Marco Antonio ya fue, hace una década y piquito no saca un éxito en los charts, vive del pasado y no se reingenia a la vanguardia contempo.
Lo malo: El promediado paraguayo Buki, mayoritaria mas no peyorativamente hablando, es sadomaso por naturaleza. Se rehúsa a aceptar que Marco Antonio ya fue, hace una década y piquito no saca un éxito en los charts, vive del pasado y no se reingenia a la vanguardia contempo.
Día del padre
Me cago en el día del padre desde que el mío se murió hace 13 años. Esas cosas malas del mes de Junio.
Materiales propios viejos y nuevos
Después de un largo transitar camuflayado en parate ideario, volveré a publicar cosas mías next week.
Cuento: Macario. Autor: Juan Rulfo.
Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que
salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran
alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso:
que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera
dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me
pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos
afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo, menos
en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros.
Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero
yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas.
Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como
los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que
me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto,
es mi madrina la que me manda a hacer las cosas... Yo quiero más a Felipa que a
mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa
compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la
comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los
trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me
toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella,
hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces
Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por
eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni
aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé
bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe
eso... Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre.
Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir
solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a
oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas
de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque
luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le
apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a
todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con
mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como
otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me
apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata
bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy
buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es dulce como las flores
del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida;
pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa... Ahora ya hace mucho
tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos
solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor
que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos... Felipa antes iba
todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose
encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera
chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la
lengua... Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y
la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al
mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas
partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la
madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de
ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna
noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me
gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier
día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos
contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me
hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que
tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida... Felipa dice, cuando
tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que
irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la
mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me
perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No
porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y
tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días.
Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso
dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza
así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor
horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de
topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como
un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la
chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a
la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi madrina dice que si en
mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en
el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que
yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando
uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que
aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de
las condenaciones del señor cura...: "El camino de las cosas buenas está lleno
de luz. El camino de las cosas malas es oscuro." Eso dice el señor cura... Yo me
levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me
meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle
suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven
piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y
esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las
rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas
corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre.
Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor
de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre
metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y
atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello
está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan
subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis
costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por
mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a
suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote
prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija...
Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no
sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen
ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las
ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos,
el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a
correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja
parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más
grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me
acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene
que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta
llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los
huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó
una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la
Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva.
Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato,
cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar
con mis ojos todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi
cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de
aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea
comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe
lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el
hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a
cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el
garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a
los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me
amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa,
aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y
entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me
sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me
regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a la
alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo
este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me
duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por
ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le
pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a
los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna,
derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces
ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando...
De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de
Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las
flores del obelisco...
Cuento: Los buques suicidantes. Autor: Horacio Quiroga.
Resulta que hay pocas cosas más terribles que encontrar en el mar un
buque abandonado. Si de día el peligro es menor, de noche no se ven ni
hay advertencia posible: el choque se lleva a uno y otro.
Estos buques abandonados por a o por b, navegan obstinadamente a favor
de las corrientes o del viento, si tienen las velas desplegadas.
Recorren así los mares, cambiando caprichosamente de rumbo.
No pocos de los vapores que un buen día no llegaron a puerto, han
tropezado en su camino con uno de estos buques silenciosos que viajan
por su cuenta. Siempre hay probabilidad de hallarlos, a cada minuto.
Por ventura las corrientes suelen enredarlos en los mares de sargazo.
Los buques se detienen, por fin, aquí o allá, inmóviles para siempre
en ese desierto de algas. Así, hasta que poco a poco se van
deshaciendo. Pero otros llegan cada día, ocupan su lugar en silencio,
de modo que el tranquilo y lúgubre puerto, siempre está frecuentado.
El principal motivo de estos abandonos de buque son sin duda las
tempestades y los incendios que dejan a la deriva negros esqueletos
errantes. Pero hay otras causas singulares entre las que se puede
incluir lo acaecido al _María Margarita_, que zarpó de Nueva York el
24 de Agosto de 1903, y que el 26 de mañana se puso al habla con una
corbeta, sin acusar novedad alguna. Cuatro horas más tarde, un
paquete, no teniendo respuesta, desprendió una chalupa que abordó al
_María Margarita_. En el buque no había nadie. Las camisetas de los
marineros se secaban a proa. La cocina estaba prendida aún. Una
máquina de coser tenía la aguja suspendida sobre la costura, como si
hubiera sido dejada un momento antes. No había la menor señal de lucha
ni de pánico, todo en perfecto orden; y faltaban todos. ¿Qué pasó?
La noche que aprendí esto estábamos reunidos en el puente. Ibamos a
Europa, y el capitán nos contaba su historia marina, perfectamente
cierta, por otro lado.
La concurrencia femenina, ganada por la sugestión del campo de batalla
presente, oía estremecida. Las chicas nerviosas prestaban sin querer
inquieto oído a la voz de los marineros en proa. Una señora recién
casada se atrevió:
--¿No serán águilas?...
El capitán se sonrió bondadosamente:
--¿Qué, señora? ¿Aguilas que se lleven a la tripulación?
Todos se rieron y la joven hizo lo mismo, un poco avergonzada.
Felizmente un pasajero sabía algo de eso. Lo miramos curiosamente.
Durante el viaje había sido un excelente compañero, admirando por su
cuenta y riesgo, y hablando poco.
--¡Ah! ¡si nos contara, señor!--suplicó la joven de las águilas.
--No tengo inconveniente--asintió el discreto individuo.--En dos
palabras--y en los mares del norte, como el _María Margarita_ del
capitán--encontramos una vez un barco a vela. Nuestro rumbo--viajábamos
también a vela--nos llevó casi a su lado. El singular aire de abandono
que no engaña en un buque, llamó nuestra atención, y disminuímos la
marcha observándolo. Al fin desprendimos una chalupa; abordo no se halló
a nadie, y todo estaba también en perfecto orden. Pero la última
anotación del diario databa de cuatro días atrás, de modo que no
sentimos mayor impresión. Aún nos reímos un poco de las famosas
desapariciones súbitas.
Ocho de nuestros hombres quedaron abordo para el gobierno del nuevo
buque. Viajaríamos de conserva. Al anochecer nos tomó un poco de
camino. Al día siguiente lo alcanzamos, pero no vimos a nadie sobre el
puente. Desprendióse de nuevo la chalupa, y los que fueron recorrieron
en vano el buque: todos habían desaparecido. Ni un objeto fuera de
lugar. El mar estaba absolutamente terso en toda su extensión. En la
cocina hervía aún una olla con papas.
Como ustedes comprenderán, el terror supersticioso de nuestra gente
llegó a su colmo. A la larga, seis se animaron a llenar el vacío, y yo
fuí con ellos. Apenas abordo, mis nuevos compañeros se decidieron a
beber para desterrar toda preocupación. Estaban sentados en rueda y a
la hora la mayoría cantaba ya.
Llegó mediodía y pasó la siesta. A las cuatro, la brisa cesó y las
velas cayeron. Un marinero se acercó a la borda y miró el mar
aceitoso. Todos se habían levantado, paseándose, sin ganas ya de
hablar. Uno se sentó en un cabo y se sacó la camiseta para remendarla.
Cosió un rato en silencio. De pronto se levantó y lanzó un largo
silbido. Sus compañeros se volvieron. El los miró vagamente,
sorprendido también, y se sentó de nuevo. Un momento después dejó la
camiseta en el cabo arrollado, avanzó a la borda y se tiró al agua. Al
sentir el ruido, los otros dieron vuelta la cabeza, con el ceño
ligeramente fruncido. En seguida se olvidaron, volviendo a la
apatía común.
Al rato otro se desperezó, restregóse los ojos caminando, y se tiró al
agua. Pasó media hora; el sol iba cayendo. Sentí de pronto que me
tocaban en el hombro.
--¿Qué hora es?
--Las cinco--respondí. El viejo marinero me miró desconfiado, con las
manos en los bolsillos, recostándose enfrente de mí. Miró largo rato
mi pantalón, distraído. Al fin se tiró al agua.
Los tres que quedaban se acercaron rápidamente y observaron el
remolino. Se sentaron en la borda, silbando despacio, con la vista
perdida a lo lejos. Uno se bajó y se tendió en el puente, cansado. Los
otros desaparecieron uno tras otro. A las seis, el último se levantó,
se compuso la ropa, apartóse el pelo de la frente, caminó con sueño
aún, y se tiró al agua.
Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos,
sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el
sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al
agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si
recordaran algo, para olvidarse en seguida. Así habían desaparecido
todos, y supongo que lo mismo los del día anterior, y los otros y los
de los demás buques. Esto es todo.
Nos quedamos mirando al raro hombre con excesiva curiosidad.
--¿Y usted no sintió nada?--le preguntó mi vecino de camarote.
--Sí, un gran desgano y obstinación de las mismas ideas, pero nada
más. No sé por qué no sentí nada más. Presumo que el motivo es éste:
en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a _toda costa_ contra
lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros
sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si
estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los
centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.
Como el comentario era bastante complicado, nadie respondió. Se fué al
rato. El capitán lo siguió un rato de reojo.
--¡Farsante!--murmuró.
--Al contrario--dijo un pasajero enfermo, que iba a morir a su
tierra.--Si fuera farsante no habría dejado de pensar en eso, y se
hubiera tirado al agua.
sábado, 8 de junio de 2013
Cuento: Viaje alrededor del porvenir. Autor: César Vallejo.
A eso de las dos de la mañana despertó el
administrador en un sobresalto. Tocó el botón de la luz y alumbró. Al
consultar su reloj de bolsillo, se dio cuenta de que era todavía muy
temprano para levantarse. Apagó y trató de dormirse de nuevo. Hasta las
tres y media podía dar un buen sueño. Su mujer parecía estar sumida en
un sueño profundo. El administrador ignoraba que ella le había sentido
y que, en ese momento, estaba también despierta. Sin embargo, los dos
permanecían en silencio, el uno junto al otro, en medio de la completa
oscuridad del dormitorio.
Pero pasados unos minutos, no le volvía el sueño al administrador, y su mujer, sin saber por qué, tampoco podía ya dormir, siguiendo con el oído los movimientos que, de cuando en cuando, hacía su marido en la cama y hasta el ritmo de su respiración y el parpadeo de sus ojos. Hacía dos años que eran casados. Una hijita de tres meses dormía en su cuna, en la habitación contigua, a cargo de una nodriza. El administrador casó con Eva, no porque la quisiera, sino por conveniencia, pues esta tenía un lejano parentesco con don Julio, patrón de la hacienda. El administrador hizo, en efecto, un buen negocio: apenas se casaron, el patrón lo había ascendido de simple mayordomo de campo, con 60 soles de sueldo y una simple ración de carne y arroz, a administrador general de la hacienda, con 150 soles mensuales y tres raciones diarias. De otro lado, aun cuando el parentesco en cuestión no contaba mucho a los ojos del patrón -hombre duro, vanidoso y avaro- con el matrimonio cambió en parte el tratamiento que le daba a su ex-mayordomo de campo. Tenía para él una sonrisa, por lo menos, a la semana. Solía también a veces dar a sus instrucciones, delante de los obreros y los otros empleados, repentinas entonaciones de deferencia. Una vez al mes, les estaba acordado al administrador y a su mujer, ir de visita a la casa-hacienda y comer en la mesa de los parientes pobres del patrón. Por último, el 28 de julio de cada año, día de la fiesta nacional, recibía el cajero orden de dar al administrador un sueldo gratis. Mas la dádiva mayor no había sido todavía recibida, aunque ya estaba prometida.
El día en que nació la hija del administrador, la mujer del patrón le dijo a su marido, a la hora de cenar:
–¿Sabes una cosa?
El patrón, cuyo despotismo y frialdad no exceptuaba ni a su mujer, movió negativamente la cabeza.
–Eva ha dado a luz esta mañana -añadió la patrona- y la criatura es mujercita.
–¡Zonza! -argumentó el patrón en tono de burla-. No sabe hacé hico. ¿Po qué no hacé uno muchacho hombre?
El patrón hablaba pronunciando las palabras como chino que ignorase el español. ¿Por qué tan singular costumbre? ¿Lo hacía acaso porque, en realidad, no pudiese articular bien el español? No. Lo hacía por hábito de soberbia y de dominio. Cuando la hacienda estuvo aún en manos de su padre -un inmigrante italiano, que se hizo rico en el Perú, vendiendo ultramarinos al por menor- la mayor parte de los obreros del campo eran chinos. Estos culíes eran tratados entonces como esclavos. El padre del actual patrón y cualquiera de sus capataces o empleados superiores podían azotar, dar de palos o matar de un tiro de revólver a un culí, por quítame allí esas pajas. Así, pues, el actual patrón creció servido por chinos y obedeciendo a un raro fenómeno de persistente relación entre el lenguaje usado por aquel entonces en el trato con los culíes y la condición de esclavos en que don Julio se había acostumbrado a ver a los obreros y, de modo general, a cuantos le eran económicamente inferiores, se hizo hábito oír al patrón hablar en un español chinesco a todos los habitantes de su hacienda. Nada importaba que ahora no se tratase ya de culíes sino de indígenas de la sierra del Perú. Su lenguaje resultaba, por eso, de un ridículo no exento de una aureola feudal y sanguinaria.
Don Julio, aquella noche del nacimiento de la hija del administrador, había llamado a este a su escritorio después de cenar, y le dijo severamente:
–Tú tene ahora una hica. Por qué tú no hacé uno muchacho. ¡Tú ée zonzo!
El administrador de pie y en actitud humilde, se puso colorado de emoción, al sentirse honrado, con el hecho de que el patrón se interesase así por la vida de los suyos. Una mezcla de orgullo y de pudor le estremeció ante las palabras protectoras del patrón y no supo qué contestar. Sonrió penosamente y bajó la frente. El patrón añadió, entonces, paternalmente:
–Anda tú hacé uno hico muchacho, uno hico macho. Si tú hacé un chico home, yo date legalo di mil soles.
Después dio don Julio unos largos pasos con sus enormes piernas de gigante y salió del escritorio, sin dejarle tiempo al administrador para darle las gracias por tamaña promesa.
Desde entonces, el administrador vivía con la constante preocupación de engendrar un hijo hombre. Formulada la promesa por el patrón, se apresuró a comunicarla inmediatamente a su mujer, la cual, en su gran inconsciencia, vecina de un impudor casi cínico, recibió la noticia con saltos de alegría y entusiasmo. Ambos cónyuges empezaron a soñar día y noche en aquel alumbramiento de un hijo hombre, que les traería los diez mil soles prometidos... día y noche. Esta perspectiva surgía ante ellos principalmente cada vez que se veían en apuros de dinero y en cuantas ocasiones hablaban de proyectos de futuro bienestar. Necesitaban vestirse mejor que los Quesada. Necesitaban comprar muebles nuevos para la casa de Chiclayo. Además, convendría hacer un paseíto a Lima. ¿Por qué solamente los Herrera y los Ulercado tenían derecho a ir a pasear a Lima todos los años?
–Mira, Arturo -decía Eva, en un delirio de ilusión a su marido-, si llegamos a tener el chico este año, podríamos pasar la temporada de verano en Miraflores. ¡Oh, qué maravilla sería eso! ¡Cómo se morirían de envidia todas mis amigas!
En un transporte de entusiasmo, Eva echaba los brazos al cuello del administrador y acotaba, poniéndose seria:
–Pero creo que don Julio lo hace tal vez para que trabajes mejor y cumplas debidamente con los deberes de tu puesto. ¿Crees tú que está contento con tu trabajo?
–Ya lo creo que sí. Está contentísimo. De otra manera, no me habría prometido el regalo. El otro día, le hice ganar de nuevo a la hacienda un montón de dinero.
–¿Cómo, Arturito mío? ¿Cómo lo hiciste?
–La semana pasada, un equipo de braceros de la Contrata Puga trabajó seis días en un destajo de corte de caña. Yo lo sabía perfectamente. El caporal había también registrado en la planilla esas tareas. Pero el sábado por la tarde, pasé, como quien no hace la cosa, por la caja a la hora del pago de las planillas semanales. Miré al azar las planillas sobre la mesa y al encontrarme con la de los cañeros, hice como que me sorprendía de verla. Llamé al caporal y le pregunté por qué se iba a pagar a esa gente un trabajo que yo ignoraba y que, sobre todo, yo no había ordenado que se hiciese. Se hicieron los esclarecimientos del caso y acabé diciendo que no se pagasen esos salarios, puesto que se trataba de un trabajo que yo no había ordenado. Y así se hizo. Total: unos cientos de soles ahorrados para la hacienda.
Eva se quedó pensativa y preguntó vacilante:
–Pero ¿y los obreros no cobraron su trabajo?
–Naturalmente que no. Si, precisamente, de eso es de lo que se trataba.
–Pero... ¡Pobrecitos! ¿Y el contratista tampoco les pagaría?
–¿Pagarles el contratista, dices? -exclamó el administrador con sarcasmo-. Bueno será Puga para desembolsar un dinero que él no ha recibido...
Eva quedó entonces con su marido en que el regalo prometido por el patrón no tenía nada que ver con los servicios del administrador, sino que era una cosa completamente desinteresada y generosa.
Y esta noche, en que el administrador ya no podía conciliar el sueño, vino a su mente de súbito la idea del regalo prometido por don Julio. Si el administrador lograba engendrar un hijo macho, sería una cosa formidable. Pero ¿cómo lograrlo? Más de una vez se habían hecho él y su mujer esta interrogación. ¿Cómo engendrar un hijo hombre? Los dos pensaban que la cosa consistía en alimentarse bien. Otras veces creían que era cuestión de técnica y, en las horas de escepticismo, pensaban, siguiendo su experiencia, que eran estos designios de la suerte y que no había nada que hacer. La pareja pasaba noches ardidas de esfuerzo y ansiedad. Había ocasiones en que Eva, después de un espasmo heroico y calculado, como un teorema de raíz cúbica, se sumía en un silencio abstracto para luego exclamar de pronto, besando sudorosa a su marido:
–¡Ya! ¡Yo creo que ya! ¡Siento que ahora sí, que ya! Lo siento. ¡Lo siento claramente!
–No -respondía Arturo, exhausto y desalentado-. Yo he sentido que no. Esto es una broma.
Otras veces era el administrador quien solía exclamar en el instante preciso de su goce:
–¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!...
Eva, por el contrario, se mostraba escéptica, aunque no se atreviese a desalentar a su marido y, más bien, le respondía con jadeante y débil voz:
–Sí... Probablemente... Probablemente...
El administrador, al recordar esta noche de insomnio, todas estas escenas y luchas por los diez mil soles prometidos por don Julio, se puso de mal humor. Se dio una vuelta brusca en la cama y lanzó un bufido de cólera. ¡Habrase visto cosa más imbécil! No poder engendrar un hijo macho. ¡Era el colmo de la mala suerte!
Eva oyó el bufido rabioso de su marido y de golpe comprendió en qué estaba pensando Arturo. Meditó un momento y fingió despertar solamente en ese instante, acercando a ciegas sus carnes desnudas y cálidas al cuerpo de su marido. Después le echó el brazo sobre el hombro y siguió agitándose y rozándose con él. Por su parte, Arturo se dio a reflexionar en la necesidad de ser tenaz en su propósito y de no abandonar por ningún motivo la empresa de los diez mil soles. Unos minutos después, tomó, a su turno, por la cintura a su mujer y se besaron sin pronunciar palabras. Pero, esta vez, la empresa abortó completamente, pues siete meses más tarde, Eva daba a luz una mujercita.
Pero pasados unos minutos, no le volvía el sueño al administrador, y su mujer, sin saber por qué, tampoco podía ya dormir, siguiendo con el oído los movimientos que, de cuando en cuando, hacía su marido en la cama y hasta el ritmo de su respiración y el parpadeo de sus ojos. Hacía dos años que eran casados. Una hijita de tres meses dormía en su cuna, en la habitación contigua, a cargo de una nodriza. El administrador casó con Eva, no porque la quisiera, sino por conveniencia, pues esta tenía un lejano parentesco con don Julio, patrón de la hacienda. El administrador hizo, en efecto, un buen negocio: apenas se casaron, el patrón lo había ascendido de simple mayordomo de campo, con 60 soles de sueldo y una simple ración de carne y arroz, a administrador general de la hacienda, con 150 soles mensuales y tres raciones diarias. De otro lado, aun cuando el parentesco en cuestión no contaba mucho a los ojos del patrón -hombre duro, vanidoso y avaro- con el matrimonio cambió en parte el tratamiento que le daba a su ex-mayordomo de campo. Tenía para él una sonrisa, por lo menos, a la semana. Solía también a veces dar a sus instrucciones, delante de los obreros y los otros empleados, repentinas entonaciones de deferencia. Una vez al mes, les estaba acordado al administrador y a su mujer, ir de visita a la casa-hacienda y comer en la mesa de los parientes pobres del patrón. Por último, el 28 de julio de cada año, día de la fiesta nacional, recibía el cajero orden de dar al administrador un sueldo gratis. Mas la dádiva mayor no había sido todavía recibida, aunque ya estaba prometida.
El día en que nació la hija del administrador, la mujer del patrón le dijo a su marido, a la hora de cenar:
–¿Sabes una cosa?
El patrón, cuyo despotismo y frialdad no exceptuaba ni a su mujer, movió negativamente la cabeza.
–Eva ha dado a luz esta mañana -añadió la patrona- y la criatura es mujercita.
–¡Zonza! -argumentó el patrón en tono de burla-. No sabe hacé hico. ¿Po qué no hacé uno muchacho hombre?
El patrón hablaba pronunciando las palabras como chino que ignorase el español. ¿Por qué tan singular costumbre? ¿Lo hacía acaso porque, en realidad, no pudiese articular bien el español? No. Lo hacía por hábito de soberbia y de dominio. Cuando la hacienda estuvo aún en manos de su padre -un inmigrante italiano, que se hizo rico en el Perú, vendiendo ultramarinos al por menor- la mayor parte de los obreros del campo eran chinos. Estos culíes eran tratados entonces como esclavos. El padre del actual patrón y cualquiera de sus capataces o empleados superiores podían azotar, dar de palos o matar de un tiro de revólver a un culí, por quítame allí esas pajas. Así, pues, el actual patrón creció servido por chinos y obedeciendo a un raro fenómeno de persistente relación entre el lenguaje usado por aquel entonces en el trato con los culíes y la condición de esclavos en que don Julio se había acostumbrado a ver a los obreros y, de modo general, a cuantos le eran económicamente inferiores, se hizo hábito oír al patrón hablar en un español chinesco a todos los habitantes de su hacienda. Nada importaba que ahora no se tratase ya de culíes sino de indígenas de la sierra del Perú. Su lenguaje resultaba, por eso, de un ridículo no exento de una aureola feudal y sanguinaria.
Don Julio, aquella noche del nacimiento de la hija del administrador, había llamado a este a su escritorio después de cenar, y le dijo severamente:
–Tú tene ahora una hica. Por qué tú no hacé uno muchacho. ¡Tú ée zonzo!
El administrador de pie y en actitud humilde, se puso colorado de emoción, al sentirse honrado, con el hecho de que el patrón se interesase así por la vida de los suyos. Una mezcla de orgullo y de pudor le estremeció ante las palabras protectoras del patrón y no supo qué contestar. Sonrió penosamente y bajó la frente. El patrón añadió, entonces, paternalmente:
–Anda tú hacé uno hico muchacho, uno hico macho. Si tú hacé un chico home, yo date legalo di mil soles.
Después dio don Julio unos largos pasos con sus enormes piernas de gigante y salió del escritorio, sin dejarle tiempo al administrador para darle las gracias por tamaña promesa.
Desde entonces, el administrador vivía con la constante preocupación de engendrar un hijo hombre. Formulada la promesa por el patrón, se apresuró a comunicarla inmediatamente a su mujer, la cual, en su gran inconsciencia, vecina de un impudor casi cínico, recibió la noticia con saltos de alegría y entusiasmo. Ambos cónyuges empezaron a soñar día y noche en aquel alumbramiento de un hijo hombre, que les traería los diez mil soles prometidos... día y noche. Esta perspectiva surgía ante ellos principalmente cada vez que se veían en apuros de dinero y en cuantas ocasiones hablaban de proyectos de futuro bienestar. Necesitaban vestirse mejor que los Quesada. Necesitaban comprar muebles nuevos para la casa de Chiclayo. Además, convendría hacer un paseíto a Lima. ¿Por qué solamente los Herrera y los Ulercado tenían derecho a ir a pasear a Lima todos los años?
–Mira, Arturo -decía Eva, en un delirio de ilusión a su marido-, si llegamos a tener el chico este año, podríamos pasar la temporada de verano en Miraflores. ¡Oh, qué maravilla sería eso! ¡Cómo se morirían de envidia todas mis amigas!
En un transporte de entusiasmo, Eva echaba los brazos al cuello del administrador y acotaba, poniéndose seria:
–Pero creo que don Julio lo hace tal vez para que trabajes mejor y cumplas debidamente con los deberes de tu puesto. ¿Crees tú que está contento con tu trabajo?
–Ya lo creo que sí. Está contentísimo. De otra manera, no me habría prometido el regalo. El otro día, le hice ganar de nuevo a la hacienda un montón de dinero.
–¿Cómo, Arturito mío? ¿Cómo lo hiciste?
–La semana pasada, un equipo de braceros de la Contrata Puga trabajó seis días en un destajo de corte de caña. Yo lo sabía perfectamente. El caporal había también registrado en la planilla esas tareas. Pero el sábado por la tarde, pasé, como quien no hace la cosa, por la caja a la hora del pago de las planillas semanales. Miré al azar las planillas sobre la mesa y al encontrarme con la de los cañeros, hice como que me sorprendía de verla. Llamé al caporal y le pregunté por qué se iba a pagar a esa gente un trabajo que yo ignoraba y que, sobre todo, yo no había ordenado que se hiciese. Se hicieron los esclarecimientos del caso y acabé diciendo que no se pagasen esos salarios, puesto que se trataba de un trabajo que yo no había ordenado. Y así se hizo. Total: unos cientos de soles ahorrados para la hacienda.
Eva se quedó pensativa y preguntó vacilante:
–Pero ¿y los obreros no cobraron su trabajo?
–Naturalmente que no. Si, precisamente, de eso es de lo que se trataba.
–Pero... ¡Pobrecitos! ¿Y el contratista tampoco les pagaría?
–¿Pagarles el contratista, dices? -exclamó el administrador con sarcasmo-. Bueno será Puga para desembolsar un dinero que él no ha recibido...
Eva quedó entonces con su marido en que el regalo prometido por el patrón no tenía nada que ver con los servicios del administrador, sino que era una cosa completamente desinteresada y generosa.
Y esta noche, en que el administrador ya no podía conciliar el sueño, vino a su mente de súbito la idea del regalo prometido por don Julio. Si el administrador lograba engendrar un hijo macho, sería una cosa formidable. Pero ¿cómo lograrlo? Más de una vez se habían hecho él y su mujer esta interrogación. ¿Cómo engendrar un hijo hombre? Los dos pensaban que la cosa consistía en alimentarse bien. Otras veces creían que era cuestión de técnica y, en las horas de escepticismo, pensaban, siguiendo su experiencia, que eran estos designios de la suerte y que no había nada que hacer. La pareja pasaba noches ardidas de esfuerzo y ansiedad. Había ocasiones en que Eva, después de un espasmo heroico y calculado, como un teorema de raíz cúbica, se sumía en un silencio abstracto para luego exclamar de pronto, besando sudorosa a su marido:
–¡Ya! ¡Yo creo que ya! ¡Siento que ahora sí, que ya! Lo siento. ¡Lo siento claramente!
–No -respondía Arturo, exhausto y desalentado-. Yo he sentido que no. Esto es una broma.
Otras veces era el administrador quien solía exclamar en el instante preciso de su goce:
–¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!... ¡Ya!...
Eva, por el contrario, se mostraba escéptica, aunque no se atreviese a desalentar a su marido y, más bien, le respondía con jadeante y débil voz:
–Sí... Probablemente... Probablemente...
El administrador, al recordar esta noche de insomnio, todas estas escenas y luchas por los diez mil soles prometidos por don Julio, se puso de mal humor. Se dio una vuelta brusca en la cama y lanzó un bufido de cólera. ¡Habrase visto cosa más imbécil! No poder engendrar un hijo macho. ¡Era el colmo de la mala suerte!
Eva oyó el bufido rabioso de su marido y de golpe comprendió en qué estaba pensando Arturo. Meditó un momento y fingió despertar solamente en ese instante, acercando a ciegas sus carnes desnudas y cálidas al cuerpo de su marido. Después le echó el brazo sobre el hombro y siguió agitándose y rozándose con él. Por su parte, Arturo se dio a reflexionar en la necesidad de ser tenaz en su propósito y de no abandonar por ningún motivo la empresa de los diez mil soles. Unos minutos después, tomó, a su turno, por la cintura a su mujer y se besaron sin pronunciar palabras. Pero, esta vez, la empresa abortó completamente, pues siete meses más tarde, Eva daba a luz una mujercita.
Cuento: Un sueño en la ventana. Autora: Milia Gayoso Manzur.
Afuera la lluvia caía sin parar. Ella trataba de mirar a través del
vidrio empañado de la ventanilla del ómnibus, miraba hacia la izquierda,
seria y pensativa. La niña tenía los cabellos lacios, cortos y
desparejos; cortados a la tijera a la buena de Dios por manos que de
peluquería seguramente sabían muy poco; su blusita lila con hilachas, su
carita manchada con imagen somnoliente. La niña soñaba.
De pronto, sus dedos se deslizaron sobre el vidrio empañado y trazaron dos líneas cruzadas, grandes; un rato después completó la palabra: el nombre de una artista famosa. Sólo eso escribió y se quedó mirando su obra. Se dio vuelta y notó que la observaba y se sonrojó; quiso borrar la huella que la delataba, tal vez porque imaginó que la pillé infraganti en pleno sueño de no ser una nena tan humilde y haraposa, que la pillé chiquita y levantándose de madrugada para trabajar, con tan poco tiempo para jugar y soñar que no era ella sino otra con una vida mucho menos complicada, mucho menos difícil, con tan poco tiempo para ser una verdadera niña.
Miré hacia otro lado para que ella pensara que no le daba importancia a lo que hacía, entonces dibujó otros palitos cruzados cerca del nombre; unos palitos cruzados y juntitos que a mí me parecieron estrellas. Volvió a mirarme, le sonreí y me correspondió. Llevada por mi propia fantasía, soñé también para ella un porvenir mejor del que tal vez le esperara. Soñé para ella sueños dulces sobre almohadas limpias, sueños hasta las seis y media o siete de la mañana para ir luego a la escuela y no hasta las tres o cuatro de la madrugada solamente.
Continuó mirando a través del vidrio y me pregunté qué representaba esa palabra, ese nombre, para ella. Quizás sólo pensaba en su artista favorita y la imaginaba bailando y cantando rodeada de tantísimo lujo o tal vez quería creer por un momento que ella no era esa nena llamada ¿Juana? ¿Ramonita? sino una hermosa niña-adolescente que cantaba y reía todo el tiempo porque no le dolía ni faltaba nada.
Su abuelita le dio un sacudón y le dijo que se preparara para bajar. Quise pedirle que no borrara sus estrellitas del vidrio, que las dejara iluminando ese viejo colectivo del interior hasta que el calor las fuera derritiendo y se deslizaran como gotitas hasta el piso. Y las dejó, dibujando en la ventana. Se pararon las dos, arreglaron sus cosas y bolsones de arpillera llenos de no sé qué. Primero bajó la abuelita y ella fue pasando los bolsones enormes uno a uno y, antes de bajar, se quitó sus zapatitos para que el agua no los estropeara más de lo que ya estaban. Se bajaron cerca del Mercado de Abasto con todo su cargamento de cosas para vender... y la nena con su cargamento de sueños y sus poquitos años.
Allí las recibió el asfalto resbaladizo y la lluvia. Luego, ese auto, las poco ágiles piernas de su abuelita... Tiró sus bultos y corrió a atenderla, intentando, entre sollozos y desesperación, que volviera a hablarle.
De pronto, sus dedos se deslizaron sobre el vidrio empañado y trazaron dos líneas cruzadas, grandes; un rato después completó la palabra: el nombre de una artista famosa. Sólo eso escribió y se quedó mirando su obra. Se dio vuelta y notó que la observaba y se sonrojó; quiso borrar la huella que la delataba, tal vez porque imaginó que la pillé infraganti en pleno sueño de no ser una nena tan humilde y haraposa, que la pillé chiquita y levantándose de madrugada para trabajar, con tan poco tiempo para jugar y soñar que no era ella sino otra con una vida mucho menos complicada, mucho menos difícil, con tan poco tiempo para ser una verdadera niña.
Miré hacia otro lado para que ella pensara que no le daba importancia a lo que hacía, entonces dibujó otros palitos cruzados cerca del nombre; unos palitos cruzados y juntitos que a mí me parecieron estrellas. Volvió a mirarme, le sonreí y me correspondió. Llevada por mi propia fantasía, soñé también para ella un porvenir mejor del que tal vez le esperara. Soñé para ella sueños dulces sobre almohadas limpias, sueños hasta las seis y media o siete de la mañana para ir luego a la escuela y no hasta las tres o cuatro de la madrugada solamente.
Continuó mirando a través del vidrio y me pregunté qué representaba esa palabra, ese nombre, para ella. Quizás sólo pensaba en su artista favorita y la imaginaba bailando y cantando rodeada de tantísimo lujo o tal vez quería creer por un momento que ella no era esa nena llamada ¿Juana? ¿Ramonita? sino una hermosa niña-adolescente que cantaba y reía todo el tiempo porque no le dolía ni faltaba nada.
Su abuelita le dio un sacudón y le dijo que se preparara para bajar. Quise pedirle que no borrara sus estrellitas del vidrio, que las dejara iluminando ese viejo colectivo del interior hasta que el calor las fuera derritiendo y se deslizaran como gotitas hasta el piso. Y las dejó, dibujando en la ventana. Se pararon las dos, arreglaron sus cosas y bolsones de arpillera llenos de no sé qué. Primero bajó la abuelita y ella fue pasando los bolsones enormes uno a uno y, antes de bajar, se quitó sus zapatitos para que el agua no los estropeara más de lo que ya estaban. Se bajaron cerca del Mercado de Abasto con todo su cargamento de cosas para vender... y la nena con su cargamento de sueños y sus poquitos años.
Allí las recibió el asfalto resbaladizo y la lluvia. Luego, ese auto, las poco ágiles piernas de su abuelita... Tiró sus bultos y corrió a atenderla, intentando, entre sollozos y desesperación, que volviera a hablarle.
Cuento: De barro estamos hechos. Autora: Isabel Allende.
Descubrieron la cabeza de la niña asomada en el lodazal, con los ojos
abiertos, llamando sin voz. Tenía un nombre de Primera Comunión,
Azucena. En aquel interminable cementerio, donde el olor de los muertos
atraía a los buitres más remotos y donde los llantos de los huérfanos y
los lamentos de los heridos llenaban el aire, esa muchacha obstinada en
vivir se convirtió en el símbolo de la tragedia. Tanto transmitieron las
cámaras la visión insoportable de su cabeza brotando del barro, como
una negra calabaza, que nadie se quedó sin conocerla ni nombrarla. Y
siempre que la vimos aparecer en la pantalla, atrás estaba Rolf Carlé,
quien llegó al lugar atraído por la noticia, sin sospechar que allí
encontraría un trozo de su pasado, perdido treinta años atrás.
Primero fue un sollozo subterráneo que remeció los campos de algodón, encrespándolos como una espumosa ola. Los geólogos habían instalado sus máquinas de medir con semanas de anticipación y ya sabían que la montaña había despertado otra vez. Desde hacía mucho pronosticaban que el calor de la erupción podía desprender los hielos eternos de las laderas del volcán, pero nadie hizo caso de esas advertencias, porque sonaban a cuento de viejas. Los pueblos del valle continuaron su existencia sordos a los quejidos de la tierra, hasta la noche de ese miércoles de noviembre aciago, cuando un largo rugido anunció el fin del mundo y las paredes de nieve se desprendieron, rodando en un alud de barro, piedras y agua que cayó sobre las aldeas, sepultándolas bajo metros insondables del vómito telúrico. Apenas lograron sacudirse la parálisis del primer espanto, los sobrevivientes comprobaron que las casas, las plazas, las iglesias, las blancas plantaciones de algodón, los sombríos bosques del café y los potreros de los toros sementales habían desaparecido. Mucho después, cuando llegaron los voluntarios y los soldados a rescatar a los vivos y sacar la cuenta de la magnitud del cataclismo, calcularon que bajo el lodo había más de veinte mil seres humanos y un número impreciso de bestias, pudriéndose en un caldo viscoso. También habían sido derrotados los bosques y los ríos y no quedaba a la vista sino un inmenso desierto de barro.
Cuando llamaron del Canal en la madrugada, Rolf Carlé y yo estábamos juntos. Salí de la cama aturdida de sueño y partí a preparar café mientras él se vestía de prisa. Colocó sus elementos de trabajo en la bolsa de lona verde que siempre llevaba, y nos despedimos como tantas otras veces. No tuve ningún presentimiento. Me quedé en la cocina sorbiendo mi café y planeando las horas sin él, segura de que al día siguiente estaría de regreso.
Fue de los primeros en llegar, porque mientras otros periodistas se acercaban a los bordes del pantano en jeeps, en bicicletas, a pie, abriéndose camino cada uno como mejor pudo, él contaba con el helicóptero de la televisión y pudo volar por encima del alud. En las pantallas aparecieron las escenas captadas por la cámara de su asistente, donde él se veía sumergido hasta las rodillas, con un micrófono en la mano, en medio de un alboroto de niños perdidos, de mutilados, de cadáveres y de ruinas. El relato nos llegó con su voz tranquila. Durante años lo había visto en los noticiarios, escarbando en batallas y catástrofes, sin que nada le detuviera, con una perseverancia temeraria, y siempre me asombró su actitud de calma ante el peligro y el sufrimiento, como si nada lograra sacudir su fortaleza ni desviar su curiosidad. El miedo parecía no rozarlo, pero él me había confesado que no era hombre valiente, ni mucho menos. Creo que el lente de la máquina tenía un efecto extraño en él, como si lo transportara a otro tiempo, desde el cual podía ver los acontecimientos sin participar realmente en ellos. Al conocerlo más comprendí que esa distancia ficticia lo mantenía a salvo de sus propias emociones.
Rolf Carlé estuvo desde el principio junto a Azucena. Filmó a los voluntarios que la descubrieron y a los primeros que intentaron aproximarse a ella, su cámara enfocaba con insistencia a la niña, su cara morena, sus grandes ojos desolados, la maraña compacta de su pelo. En ese lugar el fango era denso y había peligro de hundirse al pisar. Le lanzaron una cuerda, que ella no hizo empeño en agarrar, hasta que le gritaron que la cogiera, entonces sacó una mano y trató de moverse, pero en seguida se sumergió más. Rolf soltó su bolsa y el resto de su equipo y avanzó en el pantano, comentando para el micrófono de su ayudante que hacía frío y que ya comenzaba la pestilencia de los cadáveres.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó a la muchacha y ella le respondió con su nombre de flor–. No te muevas, Azucena –le ordenó Rolf Carlé y siguió hablándole sin pensar qué decía, sólo para distraerla, mientras se arrastraba lentamente con el barro hasta la cintura. El aire a su alrededor parecía.tan turbio como el lodo.
Por ese lado no era posible acercarse, así es que retrocedió y fue a dar un rodeo por donde el terreno parecía más firme. Cuando al finestuvo cerca tomó la cuerda y se la amarró bajo los brazos, para que pudieran izarla. Le sonrió con esa sonrisa suya que le achica los ojos y lo devuelve a la infancia, le dijo que todo iba bien, ya estaba con ella, en seguida la sacarían. Les hizo señas a los otros para que halaran, pero apenas se tensó la cuerda la muchacha gritó. Lo intentaron de nuevo y aparecieron sus hombros y sus brazos, pero no pudieron moverla más, estaba atascada. Alguien sugirió que tal vez tenía las piernas comprimidas entre las ruinas de su casa, y ella dijo que no eran sólo escombros,también la sujetaban los cuerpos de sus hermanos, aferrados a ella.
–No te preocupes, vamos a sacarte de aquí –le prometió Rolf. A pesar de las fallas de transmisión, noté que la voz se le quebraba y me sentí tanto más cerca de él por eso. Ella lo miró sin responder.
En las primeras horas Rolf Carlé agotó todos los recursos de su ingenio para rescatarla. Luchó con palos y cuerdas, pero cada tírón era un suplicio intolerable para la prisionera. Se le ocurrió hacer una palanca con unos palos, pero eso no dio resultado y tuvo que abandonar también esa idea. Consiguió un par de soldados que trabajaron con él durante un rato, pero después lo dejaron solo, porque muchas otras víctimas reclamaban ayuda. La muchacha no podía moverse y apenas lograba respirar, pero no parecía desesperada, como si una resignación ancestral le permitiera leer su destino. El periodista, en cambio, estaba decidido a arrebatársela a la muerte. Le llevaron un neumático, que colocó bajo los brazos de ella como un salvavidas, y luego atravesó una tabla cerca del hoyo para apoyarse y así alcanzarla mejor. Como era imposible remover los escombros a ciegas, se sumergió un par de vece para explorar ese infierno, pero salió exasperado, cubierto de lodo, escupiendo piedras. Dedujo que se necesitaba una bomba para extraer el agua y envió a solicitarla por radio, pero volvieron con el mensaje de que no había transporte y no podían enviarla hasta la mañana siguiente.
–¡No podemos esperar tanto! –reclamó Rolf Carlé, pero en aquel zafarrancho nadie se detuvo a compadecerlo. Habrían de pasar todavía muchas horas más antes de que él aceptara que el tiempo se había estancado y que la realidad había sufrido una distorsión irremediable.
Un médico militar se acercó a examinar a los niños y afirmó que su corazón funcionaba bien y que si no se enfriaba demasiado podría resistir esa noche.
–Ten paciencia, Azucena, mañana traerán la bomba –trató de consolarla Rolf Carlé.
–No me dejes sola –le pidió ella. –No, claro que no. Les llevaron café y él se lo dio a la muchacha, sorbo a sorbo. El líquido caliente la animó y empezó a hablar de su pequeña vida, de su familia y de la escuela, de cómo era ese pedazo de mundo antes de que reventara el volcán. Tenía trece años y nunca había salido de los límites de su aldea. El periodista, sostenido por un optimismo prematuro, se convenció de que todo terminaría biem llegaría la bomba, extraerían el agua, quitarían los escombros y Azucena sería trasladada en helicóptero a un hospital, donde se repondría con rapidez y donde él podría visitarla llevándole regalos. Pensó que ya no tenía edad para muñecas y no supo qué le gustaría, tal vez un vestido. No entiendo mucho de mujeres, concluyó divertido, calculando que había tenido muchas en su vida, pero ninguna le había enseñado esos detalles. Para engañar las horas comenzó a contarle sus viajes y sus aventuras de cazador de noticias, y cuando se le agotaron los recuerdos echó mano de la imaginación para inventar cualquier cosa que pudiera distraerla. En algunos momentos ella dormitaba, pero él seguía hablándole en la oscuridad, para demostrarle que no se había ido y para vencer el acoso de la incertidumbre.
Ésa fue una larga noche.
A muchas millas de allí, yo observaba en una pantalla a Rolf Carlé y a la muchacha. No resistí la espera en la casa y me fui a la Televisión Nacional, donde muchas veces pasé noches enteras con él editando programas. Así estuve cerca suyo y pude asomarme a lo que vivió en esos tres días definitivos. Acudí a cuanta gente importante existe en la ciudad, a los senadores de la República, a los generales de las Fuerzas Armadas, al embajador norteamericano y al presidente de la Compañía de Petróleos, rogándoles por una bomba para extraer el barro, pero sólo obtuve vagas promesas. Empecé a pedirla con urgencia por radio y televisión, a ver si alguien podía ayudarnos. Entre llamadas corría al centro de recepción para no perder las imágenes del satélite, que llegaban a cada rato con nuevos detalles de la catástrofe. Mientras los periodistas seleccionaban las escenas de más impacto para el noticiario, yo buscaba aquellas donde aparecía el pozo de Azucena. La pantalla reducía el desastre a un solo plano y acentuaba la tremenda distancia que me separaba de Rolf Carlé, sin embargo yo estaba con él, cada padecimiento de la niña me dolía como a él, sentía su misma frustración, su misma impotencia. Ante la imposibilidad de comunicarme con él, se me ocurrió el recurso fantástico de concentrarme para alcanzarlo con la fuerza del pensamiento y así darle ánimo. Por momentos me aturdía en una frenética e inútil actividad, a ratos me agobiaba la lástima y me echaba a llorar, y otras veces me vencía el cansancio y creía estar mirando por un telescopio la luz de una estrella muerta hace un millón de años.
En el primer noticiario de la mañana vi aquel infierno, donde flotaban cadáveres de hombres y animales arrastrados por las aguas de nuevos ríos, formados en una sola noche por la nieve derretida. Del lodo sobresalían las copas de algunos árboles y el campanario de una iglesia, donde varias personas habían encontrado refugio y esperaban con paciencia a los equipos de rescate. Centenares de soldados y de voluntarios de la Defensa Civil intentaban remover escombros en busca de los sobrevivientes, mientras largas filas de espectros en harapos esperaban su turno para un tazón de caldo. Las cadenas de radio informaron que sus teléfonos estaban congestionados por las llamadas de familias que ofrecían albergue a los niños huérfanos. Escaseaban el agua para beber, la gasolina y los alimentos. Los médicos, resignados a amputar miembros sin anestesia, reclamaban al menos sueros, analgésicos y antibióticos, pero la mayor parte de los caminos estaban interrumpidos y además la burocracia retardaba todo. Entretanto, el barro contaminado por los cadáveres en descomposición amenazaba de peste a los vivos.
Azucena temblaba apoyada en el neumático que la sostenía sobre la superficie. La inmovilidad y la tensión la habían debilitado mucho, pero se mantenía consciente y todavía hablaba con voz perceptible cuando le acercaban un micrófono. Su tono era humilde, como si estuviera pidiendo perdón por causar tantas molestias. Rolf Carlé tenía la barba crecida y sombras oscuras bajo los ojos, se veía agotado. Aun a esa enorme distancia pude percibir la calidad de ese cansancio, diferente a todas las fatigas anteriores de su vida. Había olvidado por completo la cámara, ya no podía mirar a la niña a través de un lente. Las imágenes que nos llegaban no eran de su asistente, sino de otros periodistas que se habían adueñado de Azucena, atribuyéndole la patética responsabilidad de encarnar el horror de lo ocurrido en ese lugar. Desde el amanecer Rolf se esforzó de nuevo por mover los obstáculos que retenían a la muchacha en esa tumba, pero disponía sólo de sus manos, no se atrevía a utilizar una herramienta, porque podía herirla. Le dio a Azucena la taza de papilla de maíz y plátano que distribuía el Ejército, pero ella la vomitó de inmediato. Acudió un médico y comprobó que estaba afiebrada, pero dijo que no se podía hacer mucho, los antibióticos estaban reservados para los casos de gangrena. También se acercó un sacerdote a bendecirla y colgarle al cuello una medalla de la Virgen. En la tarde empezó a caer una llovizna suave, persistente.
–El cielo está llorando –murmuró Azucena y se puso a llorar también.
–No te asustes –le suplicó Rolf–. Tienes que reservar tus fuerzas y mantenerte tranquila, todo saldrá bien, yo estoy contigo y te voy a sacar de aquí de alguna manera.
Volvieron los periodistas para fotografiarla y preguntarle las mismas cosas que ella ya no intentaba responder. Entretanto llegaban más equipos de televisión y cine, rollos de cables, cintas, películas, vídeos, lentes de precisión, grabadoras, consolas de sonido, luces, pantallas de reflejo, baterías y motores, cajas con repuestos, electricistas, técnicos de sonido y carnarógrafos, que enviaron el rostro de Azucena a millones de pantallas de todo el mundo. Y Rolf Carlé continuaba clamando por una bomba. El despliegue de recursos dio resultados y en la Televisión Nacional empezamos a recibir imágenes más claras y sonidos más nítidos, la distancia pareció acortarse de súbito y tuve la sensación atroz de que Azucena y Rolf se encontraban a mi lado, separados de mí por un vidrio írreductible. Pude seguir los acontecimientos hora a hora, supe cuánto hizo mi amigo por arrancar a la niña de su prisión y para ayudarla a soportar su calvario, escuché fragmentos de lo que hablaron y el resto pude adivinarlo, estuve presente cuando ella le enseñó a Rolf a rezar y cuando él la distrajo con los cuentos que yo le he contado en mil y una noches bajo el mosquitero blanco de nuestra cama.
Al caer la oscuridad del segundo día él procuró hacerla dormir con las viejas canciones de Austria aprendidas de su madre, pero ella estaba más allá del sueño. Pasaron gran parte de la noche hablando, los dos extenuados, hambrientos, sacudidos por el frío. Y entonces, poco a poco, se derribaron las firmes compuertas que retuvieron el pasado de Rolf Carlé durante muchos años, y el torrente de cuanto había ocultado en las capas más profundas y secretas de la memoria salió por fin, arrastrando a –su paso los obstáculos que por tanto tiempo habían bloqueado su conciencia. No todo pudo decírselo a Azucena, ella tal vez no sabía que había mundo más allá del mar nitiempo anterior al suyo, era incapaz de imaginar Europa en la época de la guerra, así es que no le contó de la derrota, ni de la tarde en que los rusos lo llevaron al campo de concentración para enterrar a los prisioneros muertos de hambre. ¿Para qué explicarle que los cuerpos desnudos, apilados como una montaña de leños, parecían de loza quebradiza? ¿ Cómo hablarle de los hornos y las horcas a esa niña moribunda? Tampoco mencionó la noche en que vio a su madre desnuda, calzada con zapatos rojos de tacones de estilete, llorando de humillación. Muchas cosas se calló, pero en esas horas revivió por primera vez todo aquello que su mente había intentado borrar. Azucena le hizo entrega de su miedo y así, sin quererlo, obligó a Rolf a encontrarse con el suyo. Allí, junto a ese pozo maldito, a Rolf le fue imposible seguir huyendo de sí mismo y el terror visceral que marcó su infancia lo asaltó por sorpresa. Retrocedió a la edad de Azucena y más atrás, y se encontró como ella atrapado en un pozo sin salida, enterrado en vida, la cabeza a ras de suelo, vio juntos a su cara las botas y las piernas de su padre, quien se había quitado la correa de la cintura y la agitaba en el aire con un silbido inolvidable de víbora furiosa. El dolor lo invadió, intacto y preciso, como siempre estuvo agazapado en su mente. Volvió al armario donde su padre lo ponía bajo llave para castigarlo por faltas imaginarias y allí estuvo horas eternas con los ojos cerrados para no ver la oscuridad, los oídos tapados con las manos para no oír los latidos de su propio corazón, temblando, encogido como un animal. En la neblina de los recuerdos encontró a su hermana Katharina, una dulce criatura retardada que pasó la existencia escondida con la esperanza de que el padre olvidara la desgracia de su nacimiento. Se arrastró junto a ella bajo la mesa del comedor y all.í ocultos tras un largo mantel blanco, los dos niños permanecieron abrazados, atentos a los pasos y a las voces. El olor de Katharina le llegó mezclado con. el de su propio sudor, con los aromas de la cocina, ajo, sopa, pan recién horneado y con un hedor extraño de barro podrido. La mano de su hermana en la– suya, su jadeo asustado, el roce de su cabello salvaje en las mejillas, la expresión cándida de su mirada. Katharina, Katharina… surgió ante él flotando como una bandera, envuelta en el mantel blanco– convertido en mortaja, y pudo por fin llorar su muerte y la culpa de haberla abandonado. Comprendió entonces que sus hazañas de periodista, aquellas que tantos reconocimientos y tanta fama le había dado, eran sólo un intento de mantener bajo control su miedo más antiguo, mediante la treta de refugiarse detrás de un lente a ver si así la realidad le resultaba más tolerable. Enfrentaba riesgos desmesurados como ejercicio de coraje, entrenándose de día para vencer los monstruos que lo’ atormentaban de noche. Pero había llegado el instante de la verdad y ya no pudo seguir escapando de su pasado. Él era Azucena, estaba enterrado en el barro, su terror no era la emoción remota de una infancia casi olvidada, era una garra en la garganta. En el sofoco del llanto se le apareció su madre, vestida de gris y con su cartera de piel de cocodrilo apretada contra el regazo, tal como la viera por última vez en el muelle, cuando fue a despedirlo al barco en el cual él se embarcó para América. No venía a secarle las lágrimas, sino a decirle–que cogiera una pala, porque la guerra había terminado y ahora debían enterrar a los muertos.
–No– llores. Ya no me duele nada, estoy bien –le dijo Azucena al amanecer.
–No lloro por ti, lloro por mí, que me duele todo –sonrió Rolf Carlé.
En el valle del cataclismo comenzó el tercer día con una luz pálida entre nubarrones. El–Presidente de la República se trasladó a la zona y apareció en traje de.campaña para confirmar que era la peor desgracia de este siglo, el país estaba de duelo, las naciones hermanas habían ofrecido ayuda, se ordenaba estado de sitio, las Fuerzas Armadas serían inclementes, fusilarían sin trámites a quien fuera sorprendido robando o cometiendo otras fechorías. Agregó que era imposible sacar todos los cadáveres ni dar cuenta de los millares de desaparecidos, de modo que el valle completo se declaraba camposanto y los obispos vendrían a celebrar una misa solemne por las almas de las víctimas. Se dirigió a las carpas del Ejército, donde
se amontonaban los rescatados, para entregarles el alivio de promesas inciertas, y al improvisado hospital, para dar una palabra de aliento a los médicos y enfermeras, agotados por tantas horas de penurias. Enseguida se hizo conducir al lugar donde estaba Azucena, quien para entonces ya era célebre, porque su imagen había dado la vuelta al planeta. La saludó con su lánguida mano de estadista y los micrófonos registraron su voz conmovida y su acento paternal, cuando le dijo que su valor era un ejemplo para la patria. Rolf Carlé lo interrumpió para pedirle una bomba y él le aseguró que se ocuparía del asunto en persona. Alcancé a ver a Rolf por unos instantes, en cuclillas junto al pozo. En el noticiario de la tarde se encontraba en la misma postura: y yo, asomada a la pantalla como una adivina ante su bola de cristal, percibí que algo fundamental había cambiado en él, adiviné que durante la noche se habían desmoronado sus defensas y se había entregado al dolor, por fin vulnerable. Esa niña tocó una parte de su alma a la cual él mismo no había tenido acceso y que jamás compartió conmigo. Rolf quiso consolarla y fue Azucena quien le dio consuelo a él.
Me di cuenta del momento preciso en que Rolf dejó de luchar y se abandonó al tormento de vigilar la agonía de la muchacha. Yo estuve con ellos, tres días y dos noches, espiándolos al otro lado de la vida. Me encontraba allí cuando ella le dijo que en sus trece años nunca un muchacho la había querido y que era una lástima irse de este mundo sin conocer el amor, y él le aseguró que la amaba más de lo que jamás podría amar a nadie, más que a su madre y a su hermana, más que a todas las mujeres que habían dormido en sus brazos, más que a mí, su compañera, que daría cualquier cosa por estar atrapado en ese pozo en su lugar, que cambiaría su vida por la de ella, y vi cuando se inclinó sobre su pobre cabeza y la besó en la frente, agobiado por un sentimiento dulce y triste que no sabía nombrar. Sentí cómo en ese instante se salvaron ambos de la desesperanza, se desprendieron del lodo, se elevaron por encima de los buitres y de los helicópteros, volaron juntos sobre ese vasto pantano de podredumbre y lamentos. Y finalmente pudieron aceptar la muerte. Rolf Carlé rezó en silencio para que ella se muriera pronto, porque ya no era posible soportar tanto dolor.
Para entonces yo había conseguido una bomba y estaba en contacto con un general dispuesto a enviarla en la madrugada del día siguiente en un avión militar. Pero al anochecer de ese tercer día, bajo las implacables lámparas de cuarzo y los lentes de cien máquinas, Azucena se rindió, sus ojos perdidos en los de ese amigo que la había sostenido hasta el final. Rolf Carlé le quitó el salvavidas, le cerró los párpados, la retuvo apretada contra su pecho por unos minutos y después la soltó. Ella se hundió lentamente, una flor en el barro.
Estás de vuelta conmigo, pero ya no eres el mismo hombre. A menudo te acompaño al Canal y vemos de nuevo los videos de Azucena, los estudias con atención, buscando algo que pudiste haber hecho para salvarla y no se te ocurrió a tiempo.
O tal vez los examinas para verte como en un espejo, desnudo. Tus cámaras están abandonadas en un armario, no escribes ni cantas, te queda durante horas sentado ante la ventana mirando las montañas. A tu lado, yo espero que completes el viaje hacia el interior de ti mismo y te cures de las viejas heridas. Sé que cuando regreses de tus pesadillas caminaremos otra vez de la mano, como antes.
Primero fue un sollozo subterráneo que remeció los campos de algodón, encrespándolos como una espumosa ola. Los geólogos habían instalado sus máquinas de medir con semanas de anticipación y ya sabían que la montaña había despertado otra vez. Desde hacía mucho pronosticaban que el calor de la erupción podía desprender los hielos eternos de las laderas del volcán, pero nadie hizo caso de esas advertencias, porque sonaban a cuento de viejas. Los pueblos del valle continuaron su existencia sordos a los quejidos de la tierra, hasta la noche de ese miércoles de noviembre aciago, cuando un largo rugido anunció el fin del mundo y las paredes de nieve se desprendieron, rodando en un alud de barro, piedras y agua que cayó sobre las aldeas, sepultándolas bajo metros insondables del vómito telúrico. Apenas lograron sacudirse la parálisis del primer espanto, los sobrevivientes comprobaron que las casas, las plazas, las iglesias, las blancas plantaciones de algodón, los sombríos bosques del café y los potreros de los toros sementales habían desaparecido. Mucho después, cuando llegaron los voluntarios y los soldados a rescatar a los vivos y sacar la cuenta de la magnitud del cataclismo, calcularon que bajo el lodo había más de veinte mil seres humanos y un número impreciso de bestias, pudriéndose en un caldo viscoso. También habían sido derrotados los bosques y los ríos y no quedaba a la vista sino un inmenso desierto de barro.
Cuando llamaron del Canal en la madrugada, Rolf Carlé y yo estábamos juntos. Salí de la cama aturdida de sueño y partí a preparar café mientras él se vestía de prisa. Colocó sus elementos de trabajo en la bolsa de lona verde que siempre llevaba, y nos despedimos como tantas otras veces. No tuve ningún presentimiento. Me quedé en la cocina sorbiendo mi café y planeando las horas sin él, segura de que al día siguiente estaría de regreso.
Fue de los primeros en llegar, porque mientras otros periodistas se acercaban a los bordes del pantano en jeeps, en bicicletas, a pie, abriéndose camino cada uno como mejor pudo, él contaba con el helicóptero de la televisión y pudo volar por encima del alud. En las pantallas aparecieron las escenas captadas por la cámara de su asistente, donde él se veía sumergido hasta las rodillas, con un micrófono en la mano, en medio de un alboroto de niños perdidos, de mutilados, de cadáveres y de ruinas. El relato nos llegó con su voz tranquila. Durante años lo había visto en los noticiarios, escarbando en batallas y catástrofes, sin que nada le detuviera, con una perseverancia temeraria, y siempre me asombró su actitud de calma ante el peligro y el sufrimiento, como si nada lograra sacudir su fortaleza ni desviar su curiosidad. El miedo parecía no rozarlo, pero él me había confesado que no era hombre valiente, ni mucho menos. Creo que el lente de la máquina tenía un efecto extraño en él, como si lo transportara a otro tiempo, desde el cual podía ver los acontecimientos sin participar realmente en ellos. Al conocerlo más comprendí que esa distancia ficticia lo mantenía a salvo de sus propias emociones.
Rolf Carlé estuvo desde el principio junto a Azucena. Filmó a los voluntarios que la descubrieron y a los primeros que intentaron aproximarse a ella, su cámara enfocaba con insistencia a la niña, su cara morena, sus grandes ojos desolados, la maraña compacta de su pelo. En ese lugar el fango era denso y había peligro de hundirse al pisar. Le lanzaron una cuerda, que ella no hizo empeño en agarrar, hasta que le gritaron que la cogiera, entonces sacó una mano y trató de moverse, pero en seguida se sumergió más. Rolf soltó su bolsa y el resto de su equipo y avanzó en el pantano, comentando para el micrófono de su ayudante que hacía frío y que ya comenzaba la pestilencia de los cadáveres.
–¿Cómo te llamas? –le preguntó a la muchacha y ella le respondió con su nombre de flor–. No te muevas, Azucena –le ordenó Rolf Carlé y siguió hablándole sin pensar qué decía, sólo para distraerla, mientras se arrastraba lentamente con el barro hasta la cintura. El aire a su alrededor parecía.tan turbio como el lodo.
Por ese lado no era posible acercarse, así es que retrocedió y fue a dar un rodeo por donde el terreno parecía más firme. Cuando al finestuvo cerca tomó la cuerda y se la amarró bajo los brazos, para que pudieran izarla. Le sonrió con esa sonrisa suya que le achica los ojos y lo devuelve a la infancia, le dijo que todo iba bien, ya estaba con ella, en seguida la sacarían. Les hizo señas a los otros para que halaran, pero apenas se tensó la cuerda la muchacha gritó. Lo intentaron de nuevo y aparecieron sus hombros y sus brazos, pero no pudieron moverla más, estaba atascada. Alguien sugirió que tal vez tenía las piernas comprimidas entre las ruinas de su casa, y ella dijo que no eran sólo escombros,también la sujetaban los cuerpos de sus hermanos, aferrados a ella.
–No te preocupes, vamos a sacarte de aquí –le prometió Rolf. A pesar de las fallas de transmisión, noté que la voz se le quebraba y me sentí tanto más cerca de él por eso. Ella lo miró sin responder.
En las primeras horas Rolf Carlé agotó todos los recursos de su ingenio para rescatarla. Luchó con palos y cuerdas, pero cada tírón era un suplicio intolerable para la prisionera. Se le ocurrió hacer una palanca con unos palos, pero eso no dio resultado y tuvo que abandonar también esa idea. Consiguió un par de soldados que trabajaron con él durante un rato, pero después lo dejaron solo, porque muchas otras víctimas reclamaban ayuda. La muchacha no podía moverse y apenas lograba respirar, pero no parecía desesperada, como si una resignación ancestral le permitiera leer su destino. El periodista, en cambio, estaba decidido a arrebatársela a la muerte. Le llevaron un neumático, que colocó bajo los brazos de ella como un salvavidas, y luego atravesó una tabla cerca del hoyo para apoyarse y así alcanzarla mejor. Como era imposible remover los escombros a ciegas, se sumergió un par de vece para explorar ese infierno, pero salió exasperado, cubierto de lodo, escupiendo piedras. Dedujo que se necesitaba una bomba para extraer el agua y envió a solicitarla por radio, pero volvieron con el mensaje de que no había transporte y no podían enviarla hasta la mañana siguiente.
–¡No podemos esperar tanto! –reclamó Rolf Carlé, pero en aquel zafarrancho nadie se detuvo a compadecerlo. Habrían de pasar todavía muchas horas más antes de que él aceptara que el tiempo se había estancado y que la realidad había sufrido una distorsión irremediable.
Un médico militar se acercó a examinar a los niños y afirmó que su corazón funcionaba bien y que si no se enfriaba demasiado podría resistir esa noche.
–Ten paciencia, Azucena, mañana traerán la bomba –trató de consolarla Rolf Carlé.
–No me dejes sola –le pidió ella. –No, claro que no. Les llevaron café y él se lo dio a la muchacha, sorbo a sorbo. El líquido caliente la animó y empezó a hablar de su pequeña vida, de su familia y de la escuela, de cómo era ese pedazo de mundo antes de que reventara el volcán. Tenía trece años y nunca había salido de los límites de su aldea. El periodista, sostenido por un optimismo prematuro, se convenció de que todo terminaría biem llegaría la bomba, extraerían el agua, quitarían los escombros y Azucena sería trasladada en helicóptero a un hospital, donde se repondría con rapidez y donde él podría visitarla llevándole regalos. Pensó que ya no tenía edad para muñecas y no supo qué le gustaría, tal vez un vestido. No entiendo mucho de mujeres, concluyó divertido, calculando que había tenido muchas en su vida, pero ninguna le había enseñado esos detalles. Para engañar las horas comenzó a contarle sus viajes y sus aventuras de cazador de noticias, y cuando se le agotaron los recuerdos echó mano de la imaginación para inventar cualquier cosa que pudiera distraerla. En algunos momentos ella dormitaba, pero él seguía hablándole en la oscuridad, para demostrarle que no se había ido y para vencer el acoso de la incertidumbre.
Ésa fue una larga noche.
A muchas millas de allí, yo observaba en una pantalla a Rolf Carlé y a la muchacha. No resistí la espera en la casa y me fui a la Televisión Nacional, donde muchas veces pasé noches enteras con él editando programas. Así estuve cerca suyo y pude asomarme a lo que vivió en esos tres días definitivos. Acudí a cuanta gente importante existe en la ciudad, a los senadores de la República, a los generales de las Fuerzas Armadas, al embajador norteamericano y al presidente de la Compañía de Petróleos, rogándoles por una bomba para extraer el barro, pero sólo obtuve vagas promesas. Empecé a pedirla con urgencia por radio y televisión, a ver si alguien podía ayudarnos. Entre llamadas corría al centro de recepción para no perder las imágenes del satélite, que llegaban a cada rato con nuevos detalles de la catástrofe. Mientras los periodistas seleccionaban las escenas de más impacto para el noticiario, yo buscaba aquellas donde aparecía el pozo de Azucena. La pantalla reducía el desastre a un solo plano y acentuaba la tremenda distancia que me separaba de Rolf Carlé, sin embargo yo estaba con él, cada padecimiento de la niña me dolía como a él, sentía su misma frustración, su misma impotencia. Ante la imposibilidad de comunicarme con él, se me ocurrió el recurso fantástico de concentrarme para alcanzarlo con la fuerza del pensamiento y así darle ánimo. Por momentos me aturdía en una frenética e inútil actividad, a ratos me agobiaba la lástima y me echaba a llorar, y otras veces me vencía el cansancio y creía estar mirando por un telescopio la luz de una estrella muerta hace un millón de años.
En el primer noticiario de la mañana vi aquel infierno, donde flotaban cadáveres de hombres y animales arrastrados por las aguas de nuevos ríos, formados en una sola noche por la nieve derretida. Del lodo sobresalían las copas de algunos árboles y el campanario de una iglesia, donde varias personas habían encontrado refugio y esperaban con paciencia a los equipos de rescate. Centenares de soldados y de voluntarios de la Defensa Civil intentaban remover escombros en busca de los sobrevivientes, mientras largas filas de espectros en harapos esperaban su turno para un tazón de caldo. Las cadenas de radio informaron que sus teléfonos estaban congestionados por las llamadas de familias que ofrecían albergue a los niños huérfanos. Escaseaban el agua para beber, la gasolina y los alimentos. Los médicos, resignados a amputar miembros sin anestesia, reclamaban al menos sueros, analgésicos y antibióticos, pero la mayor parte de los caminos estaban interrumpidos y además la burocracia retardaba todo. Entretanto, el barro contaminado por los cadáveres en descomposición amenazaba de peste a los vivos.
Azucena temblaba apoyada en el neumático que la sostenía sobre la superficie. La inmovilidad y la tensión la habían debilitado mucho, pero se mantenía consciente y todavía hablaba con voz perceptible cuando le acercaban un micrófono. Su tono era humilde, como si estuviera pidiendo perdón por causar tantas molestias. Rolf Carlé tenía la barba crecida y sombras oscuras bajo los ojos, se veía agotado. Aun a esa enorme distancia pude percibir la calidad de ese cansancio, diferente a todas las fatigas anteriores de su vida. Había olvidado por completo la cámara, ya no podía mirar a la niña a través de un lente. Las imágenes que nos llegaban no eran de su asistente, sino de otros periodistas que se habían adueñado de Azucena, atribuyéndole la patética responsabilidad de encarnar el horror de lo ocurrido en ese lugar. Desde el amanecer Rolf se esforzó de nuevo por mover los obstáculos que retenían a la muchacha en esa tumba, pero disponía sólo de sus manos, no se atrevía a utilizar una herramienta, porque podía herirla. Le dio a Azucena la taza de papilla de maíz y plátano que distribuía el Ejército, pero ella la vomitó de inmediato. Acudió un médico y comprobó que estaba afiebrada, pero dijo que no se podía hacer mucho, los antibióticos estaban reservados para los casos de gangrena. También se acercó un sacerdote a bendecirla y colgarle al cuello una medalla de la Virgen. En la tarde empezó a caer una llovizna suave, persistente.
–El cielo está llorando –murmuró Azucena y se puso a llorar también.
–No te asustes –le suplicó Rolf–. Tienes que reservar tus fuerzas y mantenerte tranquila, todo saldrá bien, yo estoy contigo y te voy a sacar de aquí de alguna manera.
Volvieron los periodistas para fotografiarla y preguntarle las mismas cosas que ella ya no intentaba responder. Entretanto llegaban más equipos de televisión y cine, rollos de cables, cintas, películas, vídeos, lentes de precisión, grabadoras, consolas de sonido, luces, pantallas de reflejo, baterías y motores, cajas con repuestos, electricistas, técnicos de sonido y carnarógrafos, que enviaron el rostro de Azucena a millones de pantallas de todo el mundo. Y Rolf Carlé continuaba clamando por una bomba. El despliegue de recursos dio resultados y en la Televisión Nacional empezamos a recibir imágenes más claras y sonidos más nítidos, la distancia pareció acortarse de súbito y tuve la sensación atroz de que Azucena y Rolf se encontraban a mi lado, separados de mí por un vidrio írreductible. Pude seguir los acontecimientos hora a hora, supe cuánto hizo mi amigo por arrancar a la niña de su prisión y para ayudarla a soportar su calvario, escuché fragmentos de lo que hablaron y el resto pude adivinarlo, estuve presente cuando ella le enseñó a Rolf a rezar y cuando él la distrajo con los cuentos que yo le he contado en mil y una noches bajo el mosquitero blanco de nuestra cama.
Al caer la oscuridad del segundo día él procuró hacerla dormir con las viejas canciones de Austria aprendidas de su madre, pero ella estaba más allá del sueño. Pasaron gran parte de la noche hablando, los dos extenuados, hambrientos, sacudidos por el frío. Y entonces, poco a poco, se derribaron las firmes compuertas que retuvieron el pasado de Rolf Carlé durante muchos años, y el torrente de cuanto había ocultado en las capas más profundas y secretas de la memoria salió por fin, arrastrando a –su paso los obstáculos que por tanto tiempo habían bloqueado su conciencia. No todo pudo decírselo a Azucena, ella tal vez no sabía que había mundo más allá del mar nitiempo anterior al suyo, era incapaz de imaginar Europa en la época de la guerra, así es que no le contó de la derrota, ni de la tarde en que los rusos lo llevaron al campo de concentración para enterrar a los prisioneros muertos de hambre. ¿Para qué explicarle que los cuerpos desnudos, apilados como una montaña de leños, parecían de loza quebradiza? ¿ Cómo hablarle de los hornos y las horcas a esa niña moribunda? Tampoco mencionó la noche en que vio a su madre desnuda, calzada con zapatos rojos de tacones de estilete, llorando de humillación. Muchas cosas se calló, pero en esas horas revivió por primera vez todo aquello que su mente había intentado borrar. Azucena le hizo entrega de su miedo y así, sin quererlo, obligó a Rolf a encontrarse con el suyo. Allí, junto a ese pozo maldito, a Rolf le fue imposible seguir huyendo de sí mismo y el terror visceral que marcó su infancia lo asaltó por sorpresa. Retrocedió a la edad de Azucena y más atrás, y se encontró como ella atrapado en un pozo sin salida, enterrado en vida, la cabeza a ras de suelo, vio juntos a su cara las botas y las piernas de su padre, quien se había quitado la correa de la cintura y la agitaba en el aire con un silbido inolvidable de víbora furiosa. El dolor lo invadió, intacto y preciso, como siempre estuvo agazapado en su mente. Volvió al armario donde su padre lo ponía bajo llave para castigarlo por faltas imaginarias y allí estuvo horas eternas con los ojos cerrados para no ver la oscuridad, los oídos tapados con las manos para no oír los latidos de su propio corazón, temblando, encogido como un animal. En la neblina de los recuerdos encontró a su hermana Katharina, una dulce criatura retardada que pasó la existencia escondida con la esperanza de que el padre olvidara la desgracia de su nacimiento. Se arrastró junto a ella bajo la mesa del comedor y all.í ocultos tras un largo mantel blanco, los dos niños permanecieron abrazados, atentos a los pasos y a las voces. El olor de Katharina le llegó mezclado con. el de su propio sudor, con los aromas de la cocina, ajo, sopa, pan recién horneado y con un hedor extraño de barro podrido. La mano de su hermana en la– suya, su jadeo asustado, el roce de su cabello salvaje en las mejillas, la expresión cándida de su mirada. Katharina, Katharina… surgió ante él flotando como una bandera, envuelta en el mantel blanco– convertido en mortaja, y pudo por fin llorar su muerte y la culpa de haberla abandonado. Comprendió entonces que sus hazañas de periodista, aquellas que tantos reconocimientos y tanta fama le había dado, eran sólo un intento de mantener bajo control su miedo más antiguo, mediante la treta de refugiarse detrás de un lente a ver si así la realidad le resultaba más tolerable. Enfrentaba riesgos desmesurados como ejercicio de coraje, entrenándose de día para vencer los monstruos que lo’ atormentaban de noche. Pero había llegado el instante de la verdad y ya no pudo seguir escapando de su pasado. Él era Azucena, estaba enterrado en el barro, su terror no era la emoción remota de una infancia casi olvidada, era una garra en la garganta. En el sofoco del llanto se le apareció su madre, vestida de gris y con su cartera de piel de cocodrilo apretada contra el regazo, tal como la viera por última vez en el muelle, cuando fue a despedirlo al barco en el cual él se embarcó para América. No venía a secarle las lágrimas, sino a decirle–que cogiera una pala, porque la guerra había terminado y ahora debían enterrar a los muertos.
–No– llores. Ya no me duele nada, estoy bien –le dijo Azucena al amanecer.
–No lloro por ti, lloro por mí, que me duele todo –sonrió Rolf Carlé.
En el valle del cataclismo comenzó el tercer día con una luz pálida entre nubarrones. El–Presidente de la República se trasladó a la zona y apareció en traje de.campaña para confirmar que era la peor desgracia de este siglo, el país estaba de duelo, las naciones hermanas habían ofrecido ayuda, se ordenaba estado de sitio, las Fuerzas Armadas serían inclementes, fusilarían sin trámites a quien fuera sorprendido robando o cometiendo otras fechorías. Agregó que era imposible sacar todos los cadáveres ni dar cuenta de los millares de desaparecidos, de modo que el valle completo se declaraba camposanto y los obispos vendrían a celebrar una misa solemne por las almas de las víctimas. Se dirigió a las carpas del Ejército, donde
se amontonaban los rescatados, para entregarles el alivio de promesas inciertas, y al improvisado hospital, para dar una palabra de aliento a los médicos y enfermeras, agotados por tantas horas de penurias. Enseguida se hizo conducir al lugar donde estaba Azucena, quien para entonces ya era célebre, porque su imagen había dado la vuelta al planeta. La saludó con su lánguida mano de estadista y los micrófonos registraron su voz conmovida y su acento paternal, cuando le dijo que su valor era un ejemplo para la patria. Rolf Carlé lo interrumpió para pedirle una bomba y él le aseguró que se ocuparía del asunto en persona. Alcancé a ver a Rolf por unos instantes, en cuclillas junto al pozo. En el noticiario de la tarde se encontraba en la misma postura: y yo, asomada a la pantalla como una adivina ante su bola de cristal, percibí que algo fundamental había cambiado en él, adiviné que durante la noche se habían desmoronado sus defensas y se había entregado al dolor, por fin vulnerable. Esa niña tocó una parte de su alma a la cual él mismo no había tenido acceso y que jamás compartió conmigo. Rolf quiso consolarla y fue Azucena quien le dio consuelo a él.
Me di cuenta del momento preciso en que Rolf dejó de luchar y se abandonó al tormento de vigilar la agonía de la muchacha. Yo estuve con ellos, tres días y dos noches, espiándolos al otro lado de la vida. Me encontraba allí cuando ella le dijo que en sus trece años nunca un muchacho la había querido y que era una lástima irse de este mundo sin conocer el amor, y él le aseguró que la amaba más de lo que jamás podría amar a nadie, más que a su madre y a su hermana, más que a todas las mujeres que habían dormido en sus brazos, más que a mí, su compañera, que daría cualquier cosa por estar atrapado en ese pozo en su lugar, que cambiaría su vida por la de ella, y vi cuando se inclinó sobre su pobre cabeza y la besó en la frente, agobiado por un sentimiento dulce y triste que no sabía nombrar. Sentí cómo en ese instante se salvaron ambos de la desesperanza, se desprendieron del lodo, se elevaron por encima de los buitres y de los helicópteros, volaron juntos sobre ese vasto pantano de podredumbre y lamentos. Y finalmente pudieron aceptar la muerte. Rolf Carlé rezó en silencio para que ella se muriera pronto, porque ya no era posible soportar tanto dolor.
Para entonces yo había conseguido una bomba y estaba en contacto con un general dispuesto a enviarla en la madrugada del día siguiente en un avión militar. Pero al anochecer de ese tercer día, bajo las implacables lámparas de cuarzo y los lentes de cien máquinas, Azucena se rindió, sus ojos perdidos en los de ese amigo que la había sostenido hasta el final. Rolf Carlé le quitó el salvavidas, le cerró los párpados, la retuvo apretada contra su pecho por unos minutos y después la soltó. Ella se hundió lentamente, una flor en el barro.
Estás de vuelta conmigo, pero ya no eres el mismo hombre. A menudo te acompaño al Canal y vemos de nuevo los videos de Azucena, los estudias con atención, buscando algo que pudiste haber hecho para salvarla y no se te ocurrió a tiempo.
O tal vez los examinas para verte como en un espejo, desnudo. Tus cámaras están abandonadas en un armario, no escribes ni cantas, te queda durante horas sentado ante la ventana mirando las montañas. A tu lado, yo espero que completes el viaje hacia el interior de ti mismo y te cures de las viejas heridas. Sé que cuando regreses de tus pesadillas caminaremos otra vez de la mano, como antes.
Cuento: El ilustre amor. Autor: Manuel Mujica Láinez.
En el aire fino, mañanero, de abril, avanza oscilando por
la Plaza Mayor la pompa fúnebre del quinto Virrey del Río de la Plata. Magdalena
la espía hace rato por el entreabierto postigo, aferrándose a la reja de su
ventana. Traen al muerto desde la que fue su residencia del Fuerte, para
exponerle durante los oficios de la Catedral y del convento de las monjas
capuchinas. Dicen que viene muy bien embalsamado, con el hábito de Santiago por
mortaja, al cinto el espadín. También dicen que se le ha puesto la cara negra.
A Magdalena le late el corazón locamente. De vez en vez
se lleva el pañuelo a los labios. Otras, no pudiendo dominarse, abandona su
acecho y camina sin razón por el aposento enorme, oscuro. El vestido enlutado y
la mantilla de duelo disimulan su figura otoñal de mujer que nunca ha sido
hermosa. Pero pronto regresa a la ventana y empuja suavemente el tablero. Poco
falta ya. Dentro de unos minutos el séquito pasará frente a su casa. Magdalena se retuerce las manos. ¿Se animará, se animará a salir? Ya se oyen los latines con claridad. Encabeza la marcha el deán, entre los curas catedralicios y los diáconos cuyo andar se acompasa con el lujo de las dalmáticas. Sigue el Cabildo eclesiástico, en alto las cruces y los pendones de las cofradías. Algunos esclavos se han puesto de hinojos junto a la ventana de Magdalena. Por encima de sus cráneos motudos, desfilan las mazas del Cabildo. Tendrá que ser ahora. Magdalena ahoga un grito, abre la puerta y sale. Afuera, la Plaza inmensa, trémula bajo el tibio sol, está inundada de gente. Nadie quiso perder las ceremonias. El ataúd se balancea como una barca sobre el séquito despacioso. Pasan ahora los miembros del Consulado y los de la Real Audiencia, con el regente de golilla. Pasan el Marqués de Casa Hermosa y el secretario de Su Excelencia y el comandante de Forasteros. Los oficiales se turnan para tomar, como si fueran reliquias, las telas de bayeta que penden de la caja. Los soldados arrastran cuatro cañones viejos. El Virrey va hacia su morada última en la Iglesia de San Juan. Magdalena se suma al cortejo llorando desesperadamente. El sobrino de Su Excelencia se hace a un lado, a pesar del rigor de la etiqueta, y le roza un hombro con la mano perdida entre encajes, para sosegar tanto dolor. Pero Magdalena no calla. Su llanto se mezcla a los latines litúrgicos, cuya música decora el nombre ilustre: "Excmo. Domino Pedro Melo de Portugal et Villena, militaris ordinis Sancti Jacobi..." El Marqués de Casa Hermosa vuelve un poco la cabeza altiva en pos de quién gime así. Y el secretario virreinal también, sorprendido. Y los cónsules del Real Consulado. Quienes más se asombran son las cuatro hermanas de Magdalena, las cuatro hermanas jóvenes cuyos maridos desempeñan cargos en el gobierno de la ciudad. -¿Qué tendrá Magdalena? -¿Qué tendrá Magdalena? -¿Cómo habrá venido aquí, ella que nunca deja la casa? Las otras vecinas lo comentan con bisbiseos hipócritas, en el rumor de los largos rosarios. -¿Por qué llorará así Magdalena? A las cuatro hermanas ese llanto y ese duelo las perturban. ¿Qué puede importarle a la mayor, a la enclaustrada, la muerte de don Pedro? ¿Qué pudo acercarla a señorón tan distante, al señor cuyas órdenes recibían sus maridos temblando, como si emanaran del propio Rey? El Marqués de Casa Hermosa suspira y menea la cabeza. Se alisa la blanca peluca y tercia la capa porque la brisa se empieza a enfriar. Ya suenan sus pasos en la Catedral, atisbados por los santos y las vírgenes. Disparan los cañones reumáticos, mientras depositan a don Pedro en el túmulo que diez soldados custodian entre hachones encendidos. Ocupa cada uno su lugar receloso de precedencias. En el altar frontero, levántase la gloria de los salmos. El deán comienza a rezar el oficio. Magdalena se desliza quedamente entre los oidores y los cónsules. Se aproxima al asiento de dosel donde el decano de la Audiencia finge meditaciones profundas. Nadie se atreve a protestar por el atentado contra las jerarquías. ¡Es tan terrible el dolor de esta mujer! El deán, al tornarse con los brazos abiertos como alas, para la primera bendición, la ve y alza una ceja. Tose el Marqués de Casa Hermosa, incómodo. Pero el sobrino del Virrey permanece al lado de la dama cuitada, palmeándola, calmándola. Sólo unos metros escasos la separan del túmulo. Allá arriba, cruzadas las manos sobre el pecho, descansa don Pedro, con sus trofeos, con sus insignias. -¿Qué le acontece a Magdalena? Las cuatro hermanas arden como cuatro hachones. Chisporrotean, celosas. -¿Qué diantre le pasa? ¿Ha extraviado el juicio? ¿O habrá habido algo, algo muy íntimo, entre ella y el Virrey? Pero no, no, es imposible... ¿cuándo? Don Pedro Melo de Portugal y Villena, de la casa de los duques de Braganza, caballero de la Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer caballerizo de la Reina, virrey, gobernador y capitán general de las Provincias del Río de la Plata, presidente de la Real Audiencia Pretorial de Buenos Aires, duerme su sueño infinito, bajo el escudo que cubre el manto ducal, el blasón con las torres y las quinas de la familia real portuguesa. Indiferente, su negra cara brilla como el ébano, en el oscilar de las antorchas. Magdalena, de rodillas, convulsa, responde a los Dominus vobis cum. Las vecinas se codean: ¡Qué escándalo! Ya ni pudor queda en esta tierra... ¡Y qué calladito lo tuvo! Pero, simultáneamente, infíltrase en el ánimo de todos esos hombres y de todas esas mujeres, como algo más recio, más sutil que su irritado desdén, un indefinible respeto hacia quien tan cerca estuvo del amo. La procesión ondula hacia el convento de las capuchinas de Santa Clara, del cual fue protector Su Excelencia. Magdalena no logra casi tenerse en pie. La sostiene el sobrino de don Pedro, y el Marqués de Casa Hermosa, malhumorado, le murmura desflecadas frases de consuelo. Las cuatro hermanas jóvenes no osan mirarse. ¡Mosca muerta! ¡Mosca muerta! ¡Cómo se habrá reído de ellas, para sus adentros, cuando le hicieron sentir, con mil alusiones agrias, su superioridad de mujeres casadas, fecundas, ante la hembra seca, reseca, vieja a los cuarenta años, sin vida, sin nada, que jamás salía del caserón paterno de la Plaza Mayor! ¿Iría el Virrey allí? ¿Iría ella al Fuerte? ¿Dónde se encontrarían? -¿Qué hacemos? -susurra la segunda. Han descendido el cadáver a su sepulcro, abierto junto a la reja del coro de las monjas. Se fue don Pedro, como un muñeco suntuoso. Era demasiado soberbio para escuchar el zumbido de avispas que revolotea en torno de su magnificencia displicente. Despídese el concurso. El regente de la Audiencia, al pasar ante Magdalena, a quien no conoce, le hace una reverencia grave, sin saber por qué. Las cuatro hermanas la rodean, sofocadas, quebrado el orgullo. También los maridos, que se doblan en la rigidez de las casacas y ojean furtivamente alrededor. Regresan a la gran casa vacía. Nadie dice palabra. Entre la belleza insulsa de las otras, destácase la madurez de Magdalena con quemante fulgor. Les parece que no la han observado bien hasta hoy, que sólo hoy la conocen. Y en el fondo, en el secretísimo fondo de su alma, hermanas y cuñados la temen y la admiran. Es como si un pincel de artista hubiera barnizado esa tela deslucida, agrietada, remozándola para siempre. Claro que de estas cosas no se hablará. No hay que hablar de estas cosas. Magdalena atraviesa el zaguán de su casa, erguida, triunfante. Ya no la dejará. Hasta el fin de sus días vivirá encerrada, como un ídolo fascinador, como un objeto raro, precioso, casi legendario, en las salas sombrías, esas salas que abandonó por última vez para seguir el cortejo mortuorio de un Virrey a quien no había visto nunca. |
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