Autor: José Pablo Frete Yódice, Marzo 2012
* Prohibido plagiar
Celso Frete Fernández 1947 – Martes 17 de Octubre de 2000
Hola padre
querido. Soy tu único hijo José Pablo, escribiéndote desde la Tierra a
la cual perteneciste y me hiciste merecer habitar, así como tú, y al que
elegiste bautizar con mamá, vos con el nombre de José, tu papi que te
crió la mayor parte de tu vida, mi abuelito paterno. Y ella, poniéndome
Pablo, por su progenitor, mi entrañable abuelo materno. Esta carta, sea
donde sea que te encuentres, sin falta va a llegarte al corazón y a
través del calor de mi espíritu para con tu alma salvada. Porque te
fuiste en el año 2000, año del Jubileo católico. Y quienes murieron en
cualquiera de las fechas de ese año, tienen al respecto una indulgencia
plenaria muy especial: sus almas salvadas de inmediato. Nunca antes me
puse a pensar en escribírtela, puesto que ya no estás con nosotros,
tampoco quiero decir que falleciste por completo, sino que tuviste una
mudanza temporal. La mayoría nos dejamos llevar por ciertos pecados
desafiantes a Dios mediante el habla, esa vez que conocimos la triste
noticia, sin comprender ni intentar aceptar la voluntad de Dios. Cayendo
en la contradicción de no cumplir con una parte de la oración del Padre
Nuestro –“hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”, pese a
ser frecuentemente rezada en tus exequias. Ahora que te escribo, no sé
si he saldado una deuda. Dejo a cargo de las personas a las que les
toque leer esta carta, además de ti. Como mucha gente, detesto el
tributo postmortem. Hubiera sido mejor en vida, mas no tenía la edad
suficiente para agradecerte por tantas cosas, difícil de enumerarlas en
importancia y de recordar todo lo sucedido en 10 años de convivencia
contigo. Mi psicóloga me animó a hacer este cumplido. Nadie previamente
me dio tal idea. Con suma honestidad, estos párrafos no me debilitan en
absoluto la sensibilidad como para echarme a llorar, tan sólo me hacen
cada vez más fuerte sobre todo sabiendo que pasan las hojas del
calendario muy rápidas, sucediéndose unas a otras, entre vejentudes,
vejeces y juventudes, y yo aquí sigo huérfano en pie sobrellevando tu
ausencia, acompañando a mi viuda madre, tu único gran amor de toda la
vida, y a tu cuñada, mi tía. Nos sentimos en soledad muchas veces (otras
no) desde hace 12 años y la cuenta va a seguir, pero el motivo por el
cual continuamos andando es nada más y nada menos que la creencia en el
Dios y en la Virgen que te llamaron para acabar con tus padecimientos
terrenales. Te llevo en lo más profundo de mí, como heredero de un sello
característico de la familia a la que me dejaste con sus respectivas
riendas. No pudiste dejarme nada material, es lo que menos importa, en
absoluto. Me dejaste una meta: terminar una, empezar otra y así ir
escalando metas hasta que me canse o por voluntad propia me retire y
pase a descansar y aguarde ser convocado para reencontrarme con vos,
luego de varios años de no sentir un gran abrazo como el último que te
di, un beso, una bendición, compartir lágrimas, dolores, risas, sonrisas
y demás imágenes que mi memoria guardó para siempre. Perdón por mucho.
Perdón por mucho sufrir que pasamos y que le hice pasar a mamá y a las
tías, tus cuñadas, con sus consecuentes secuelas debido a tu partida. Sé
que nos cuesta de la noche a la mañana reponernos. Volveremos a estar
mejor. Perdón por realizar lo presente siendo demasiado tarde, me
entenderás por supuesto. Gracias por bautizarme como católico. Gracias
por incentivarme bastante actividad recreativa durante mi infancia.
Gracias por hacerme alumno del colegio Monseñor Lasagna y olimpista. Por
establecerme un tiempo para lo que fuese juego, y otro para lo que
fuera estudio. Gracias por aquellas salidas los fines de semana por el
centro de ciudad capital, los paseos en tranvía y tren, por permitirme
ayudarte en la venta de cloro, por lo que me enseñaste para aprender,
practicar y, a la postre, aplicarlo en mis enseñanzas para los que van a
ser futuros nietos tuyos, los mismos que deseo solemnemente lo hagan de
igual modo que yo, a los bisnietos, a posteriori a los tataranietos y
así hasta que todos y todas nos veamos en un mundo diferente bajo el
manto protector de Jesucristo. Te prometo que no te llorarán más, pues
jamás me gustó llorar ni que las personas lloren. Te prometo que te
recordarán con alegría.
Te amo papito
Tu hijo único, José Pablo Frete Yódice
Martes 6 de Marzo de 2012
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