La danza ya no suena,
la música dejó de ser palabra,
el cántico
creció del movimiento.
Orfeo, dividido, anda en busca
de esa unidad áurea que perdimos.
Mundo desintegrado, tu esencia
reside tal vez en la luz, más
neutra ante los ojos
desaprendidos de ver; y bajo la piel,
¿qué
turbia imporosidad nos limita?
De ti a ti, abismo; y en él, los ecos
de una prístina ciencia, ahora exangüe.
Ni tu cifra sabemos. Ni aun captándola
tuviéramos poder de
penetrarte. Yerra el misterio
en torno de su núcleo. Y restan pocos
encantamientos válidos. Quizás
apenas uno y grave: en nosotros
tu
ausencia retumba todavía, y nos estremecemos
una pérdida se forma
de esas ganancias.
Tu medida, el silencio la ciñe, la esculpe casi,
brazos del
no-saber. Oh fabuloso
udo paralítico sordo nato incógnito
la raíz
de la mañana que tarda, y tarde,
do la línea del cielo en nosotros se
esfuma,
tornándonos extranjeros más que extraños.
En el duelo de las horas, tu imagen
atraviesa membranas sin que
la suerte
se decida a escoger. Las artes pétreas
recógense a sus
tardos movimientos.
En vano: ellas no pueden ya.
Amplio vacío
un espacio estelar contempla signos
que se harán dulzura,
convivencia,
espanto de existir, y mano anchurosa
recorriendo
asombrada otro cuerpo.
La música se mece en lo posible,
en el finito redondo, donde se
crispa
una agonía moderna. El canto es blanco,
huye a sí mismo,
¡vuelos! palmas lentas
sobre el océano estático: balanceo
del anca
terrestre, segura de morir.
¡Orfeo, reúnete! llama tus dispersos
y conmovidos miembros
naturales
y límpido reinaugura
el ritmo suficiente que,
nostálgico,
en la nervadura de las hojas se limita,
cuando no forma en el aire, siempre estremecido,
una espera de
fustes, sorprendida.
Orfeo, danos tu número
de oro, entre apariencias
que van
del vano granito a la linfa irónica.
lntégranos, Orfeo, en otra más
densa
atmósfera del verso antes del canto,
del verso universo,
lancinante
en el primer silencio,
promesa del hombre, contorno aún
improbable
de dioses por nacer, clara sospecha
de la luz en el
cielo sin pájaros,
vacío musical a ser poblado
por el mirar de la
sibila, circunspecto.
Orfeo, te llamamos,
baja al tiempo
y escucha:
sólo al decir tu nombre, ya respira
la rosa trimegista, abierta al mundo.
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